Hay sucesos que sorprenden, que asombran, que están tan cargados de simbolismo que se convierten en auténticas metáforas de ciertos acontecimientos de la vida.
Ya he comentado alguna vez, en esta bitácora, que hace unos años hermanamos Colombia y Bolivia. Fue en el pasado, cuando la emoción y las ganas de luchar nos hizo cometer actos que nos embriagaban de ilusión.
Yo estuve en Colombia. Nada más conocerle, mi primo Felipe me hizo entrega de una pulsera con los colores de la bandera. En ese momento (además no llevaba ninguna pulsera), la puse en mi muñeca y decidí que no me la quitaría hasta que se rompiera ella.
Ella, justo en esos días, estuvo en Bolivia. Vino con un colgante, un "amuleto" y, al conocernos, me lo regaló. Decidí que lo llevaría siempre, con la excepción de que llegase el momento en que no me sintiese a gusto con él.
Fue el Miércoles cuando se cerró una puerta. No con llave, pues nunca lo hago; pero, sí con la seguridad de que difícilmente volverá a abrirse. Y me da pena, porque, una vez más, no fue decisión mía. No lo esperaba y, por ello, se partió una parte del alma.
En el cinema, colocándome bien las pulseras, se rompió Colombia. Cogí entre mis manos la enrollada hilera y, con cuidado, la guardé en el bolsillo de mi bolso. En el Eve's Bayou, mientras tomábamos el vino, decidí quitarme a Bolivia. Ya no estaba a gusto con ese presente. Pensé que sería temporal, que lo guardaría en la caja que, en su día, me regaló para sus cartas. Mas, el destino (o qué sé yo), hizo que, al sacar el collar por mi cabeza, éste se rompiese en mis manos.
El Miércoles se cerró una puerta. El Miércoles se rompió Colombia. El Miércoles se rompió Bolivia. El Miércoles se rompió la ilusión de que algún día fueramos amigos. Se cerró una etapa y, extrañamente, quedó reflejada con la rotura de aquellos elementos que la simbolizaban.
Afortunadamente, en mi corazón Colombia y Bolivia siguen hermanadas.
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