domingo, 24 de octubre de 2010

Notre musique

Ver una película de Godard siempre es un auténtico lujo. Es volver a encontrarse con el cine como arte, el cine como una maravillosa poesía visual. Soy consciente de mi inmensa debilidad con este director y de mi, como siempre, dudosa objetividad. Pero, que le vamos a hacer. Soy un tipo vehemente y, como tal, me apasiono con lo que vivo, con lo que siento, con lo que pienso. Nervioso por lo que íbamos a visionar, encendí el proyector y nos dejamos aprisionar por la luz reflejada de la pantalla.

Primero, viajamos al Infierno. Una concatenación de imágenes arroja, a nuestros ojos, lo cruel y violenta que es la guerra. Solapadas, aparecen escenas de películas, de televisión, de documentales, que, acompañadas por música y el uso del color y la digitalización, nos introducen en la desolación y la sin razón de la guerra.

La desolación llegará en el Purgatorio. Los espacios devastados, vacíos, grises y fríos, sirven de telón de fondo de las conversaciones, a veces de carácter casi anecdótico, de los personajes protagonistas. Sarajevo acoge esta parte que lleva el mayor peso de la película. Nos muestra las consecuencias de la guerra, las cicatrices que quedan, las fisuras y las vidas resquebrajadas.

Finalmente, el Paraíso en forma de playa idílica que, para nuestra desgracia, está custodiada por el ejército.

Terminó la película. Apagué la luz del proyector. Tenía muy clara una cosa: ni Marta ni yo queremos marines en nuestro mundo de paz.

Que razón tiene el señor Goytisolo: "Matar a un hombre para defender una idea no es defender una idea, es matar a un hombre".

viernes, 22 de octubre de 2010

Limosna para morir

Recupero, porque lo he encontrado, el único vídeo que grabó 713avo amor, "Limosna para morir". Me encantaba este grupo en mis últimos años de teenager y, ahora, cuando lo escucho, me sigue transmitiendo muchas emociones... Espero que lo disfruten.

martes, 19 de octubre de 2010

Como un juego de mesa...

Fue en el curro donde pude comprobar la similitud de cómo funcionan las cosas en la sociedad en que vivimos y la labora, por ejemplo. Me di cuenta de que las indicaciones de las reglas del juego las recibimos y se hacen de la misma manera. Estábamos leyendo en la zona de la biblioteca. A mi derecha, había una niña. A unos metros, un niño me llamaba insistentemente:

- "Christian... Christian"

Asomé la cabeza. Lo miré. Mi cara reflejó que le prestaba atención.

- "Si caes en la casilla que pone "no recuerdo lo que ponía" ¿qué hay que hacer?"

Miré a la niña que había a mi lado y le dije:

- "Ya verás. Como para él tengo el poder, cualquier explicación que le dé, se la creerá. Esto suele pasar"

No recuerdo la chorrada que le dije en ese momento. Mas, el niño se emocionó, me dio las gracias y siguió jugando convencido de que esa era la regla.

- "Si se hubiera mirado las instrucciones, se habría dado cuenta de que me lo he inventado" -señalé a la quilla que tenía a mi vera.

Y así es como funciona la sociedad. En ella, nosotros/as no nos leemos las instrucciones del juego, es decir, no nos hacemos partícipes de la política a pesar de todo lo que ello conlleva. Así, seguimos jugando como ellos/as quieren, con sus reglas, con sus decisiones, aunque sean una majadería y no nos interesen. Como aquel niño con el juego. Si tan siquiera hubiese mirado las reglas un poco por encima, habría protestado, me habría dicho que me lo invento y, seguramente, explicaría a los/as demás quillos/as que no siempre el educador les dice la verdad. Si nosotros/as mirásemos las reglas, seguramente, no jugarían tanto con nuestras vidas y, además, defenderíamos más nuestros derechos y nuestros intereses.

Lo dicho, es como un juego de mesa...

domingo, 17 de octubre de 2010

Maletas perdidas

Iba leyendo en el autobús. El asiento de mi lado estaba libre. Cada vez subía más gente y se iba llenando. Finalmente, una quillita se sentó a mí lado. Estaba en la página 256...

- "Perdona... ¿Cuál es el título del libro?"

Levanté la vista, la miré y giré los ojos hacia el libro que llevaba en mis manos. Entorné sus páginas para dejar la portada visible y que pudiera leer el título, al tiempo que pronunciaba: "Maletas perdidas".

- "Gracias... Lo siento, pero no he podido evitar leer la página en la que estabas y me parecía interesante".

- "Ah. No pasa nada... La verdad es que está muy bien... Fíjate. Yo me iba a comprar otro libro de este autor que se titula Animales tristes. Lo había visto por Portugal y me apunté el título. Pero, al llegar a España no lo encontré. En una tienda, vi que tenían este otro, del mismo autor, así que me lo llevé. Y me está gustando mucho. Trata de cuatro hermanos que no se conocen (uno es de Inglaterra, el otro alemán, uno es francés y el que queda de España), y que están ordenando unas pistas para poder encontrar a su padre. La verdad es que es muy interesante."

- "Creo que lo voy a buscar y me lo voy a leer. Es que me estaba gustando lo que leía. ¡Uys! Oye, perdona por haberte interrumpido..."

Así rememoro cómo sucedió aquel encuentro, en el autobús, en que recomendé, a una quillita desconocida, el libro que me estaba leyendo: Maletas perdidas. Pero, tan solo es un recuerdo, porque "el paso del tiempo siempre deforma la realidad".

En esta novela, Jordi Puntí nos ofrece una especie de road movie narrada a través de las voces de los cuatro hermanos, quienes, como auténticos detectives, analizan pistas, huellas, testimonios, recuerdos, para lograr encontrar a su padre: Gabriel Delacruz. Así, van a apareciendo diversas localizaciones y, sobre todo, personajes bien definidos que van enriqueciendo más y más una obra que engancha, como si de un thriller se tratase, por las intensas ganas que entran de llegar a descubrir qué carajo nos depara el final. Y, quizás, es en este punto donde la novela decae. Lo que, hasta el momento, es una sobria y sólida novela, de repente deviene en una majadería rocambolesca que, apenas, parece tener nada que ver con lo anteriormente leído. Diría que desentona en exceso. No obstante, quizás, después de indagar en la extraña vida de un personaje realmente normal, sea normal terminar de manera extraña la vida allá contada.

"El sentido de una vida es la vida misma, aquello que construimos cada día sin ser conscientes de ello. Por eso, cuando las vivimos, la mayoría de las situaciones no tiene un significado especial. El espejismo del sentido viene después".

jueves, 14 de octubre de 2010

De La Pulquería a Calle 13

Seguía mi concatenación infernal de conciertos el Dominguito mismo. Su actuación de la Sala López era la ocasión para volver a ver a La Pulquería en directo. Presentaban su nuevo trabajo Fast Cuisine, compuesto por tres EP's unificados bajo un sólo título. Por fin, tocaba escuchar y ver un nuevo repertorio de estos quillos valencianos, con lo que no podía faltar a la cita.

Llegamos a las 21.00 horas en punto (supuestamente hora de apertura de puertas), y había ya un montón de people. Tardaron casi media hora en subir la persiana, con lo que la gente se iba apelotonando en torno a la puerta. Afortunadamente, pudimos comprar rápidamente las entradas y, como los pulqueros se había marchado a cenar, nos fuimos a echar una cervecica a un bar cercano. Al llegar, mi temor se confirmaba. Había más gente que en la guerra. Triste política la de esta ciudad que tiende a llenar las salas en exceso en detrimento del bienestar del público asistente. Y más, si se tiene en cuenta la existencia de columnas que dificultan la visión del escenario si quedas al fondo, en las últimas filas.



La Pulquería fue alternando nuevas canciones con aquellas ya consagradas de sus anteriores discos. Rock, Ska, rancheras, corridos de amor y su consabido reparto de tequila, para volver a ofrecer una gran fiesta de baile y diversión. La verdad es que los tíos se lo curran y, enseguida, hacen a la gente partícipe del evento. La pena es que sean tan guayones...

El concierto nos dejó con ganas de más, así que nos quedamos en el local, que se vaciaba a pasos agigantados, bailando. Marta y yo teníamos que madrugar, así que, por desgracia, decidimos retirarnos. Sin duda, esa era una noche en que habríamos quemado Zaragoza...

... Pero, tocaba madrugar, trabajar y, por la tarde, descansar para poder estar fresco la deseada noche del concierto de Calle 13, allá lejos, en Valdespartera. Caro y, en mi opinión, con desacertada elección de compañera de cartel: Bebe.

Empezaba con tres cuartos de hora de retraso sobre la hora programada y, para desgracia, se confirmaban mis temores. Iniciaba el concierto Calle 13, ante nuestra sorpresa por semejante sinsentido y majadería por parte de quien haya programado ese evento. Lo primero que sentí fue indignación. Es vergonzoso que sea cabeza de cartel Bebe, una tipa que adquirió, según mi punto de vista, una excesiva relevancia tras un trabajo bastante simplón y que, fuera de toda duda, se encuentra a años luz, en el ámbito internacional, de Calle 13, uno de los grupos más importantes de habla hispana en la actualidad. No en vano, esta banda ha ganado 10 Premios Grammy Latinos y 2 Premios Grammy. Pero, así es nuestra ciudad. Aquella que quiere ser Capital Europea de la Cultura 2016 demuestra, una vez más, su falta de criterio y su pésima gestión. Uno, porque son dos públicos totalmente diferentes. Dos, porque Bebe no puede ser cabeza de cartel de un concierto así. Tres, porque 26 euracos para ver a Calle 13 durante una hora, y un bis de una canción, es excesivo. El espacio Z medio vacío deja constancia de semejante despropósito. Tenemos la suerte y el lujo de que estén acá Calle 13 y nos los ponen de teloneros de Bebe. ¡Lamentable!



Pero vamos a lo importante. Vamos a la música y vamos al baile. Salió Calle 13 y se comió el escenario con pataticas y todo. El concierto empezaba fuerte, con dos bombas que ya nos dispusieron para el baile continuado: "No hay Nadie como Tú" y "la Cumbia de los Aburridos". Cumbia, hip-hop, ska y ritmos de reggaeton van cogidos de la mano para este grupo que no se muerde la lengua. Contundente en sus proclamas, el señor Residente, entre canción y canción, iba soltando algunas de sus perlas comprometidas con lo social y la política. Entre tema y tema, nos fuimos "Pa'l Norte", danzamos en una auténtica "Fiesta de locos" y al final sólo podíamos pensar: "Atrévete te te". Una pena que ya sólo les quedase tiempo para el "Tango del Pecado".

Era el momento de marcharnos a mitad de carpa, totalmente vacía en ese punto, para presenciar desde la lejanía el concierto de Bebe. Después de una interminable espera de casi cuarenta minutacos, salió la "pisa gatos" al escenario. Y la llamo así porque, desde donde estábamos nosotros, no se le entendía nada. Es más, en un momento del concierto, sinceramente, parecía una jaula de gatos maullando. Con un comienzo aburrido, con una quilla totalmente estática, decidimos autoanimarnos para, al menos, pasarlo bien. Bailamos, ¿cantamos?, desvariamos... tanto, tanto, que nos lo pasamos en grande. Ya no hacíamos caso a lo que hacía Bebe en el escenario. Realmente, nos daba igual. Sólo queríamos pasárnoslo bien... Quizás, hasta estuvo bien el concierto. Aunque, sinceramente, lo dudo, jejejeje.

Cuando ya no quedaba mucho para que terminase el concierto (tres o cuatro canciones), debieron abrir la entrada libre, porque comenzaron a entrar más personas y, casi, casi, parecía que había un porronsito de gente. Gente que animaba, gente que cantaba, gente que hasta parecía que había pagado para ver a Bebe.

Fin de concierto y carpa amenizada a ritmo de música de discotecas de playa veraniega. ¡Otra gran chingada! Un nuevo traspiés cultural. Señores/as del ayuntamiento, ya que hemos pagado 26 euracos por entrar a ver a unos grupos que, aunque muy diferentes, no chirriarían en un festival más inmenso, de esos que integran a muchos grupos de música llamada mestiza, o latina (o como bien carajo quieran etiquetarla), no nos la vuelvan a meter doblada y adapten la música al público asistente ¡Qué menos!

En fin, que grandes La Pulquería y grandísimos Calle 13. Ahora... ¡quiero más!

domingo, 10 de octubre de 2010

Paco de Lucía en la Sala Mozart



El Viernes, por fin, después de varias intentonas fallidas (no tener platita, me toca darle al laburo, demasiado lejos de la capital maña...), pude ver al gran Paco de Lucía en directo. Allá fuimos Marta y servidor y pudimos disfrutar de un conciertazo de lujo. Dos horas y cuarto (sin contar el descanso) en que todo el cuerpo se estremecía, se quedaba agarrotado y se dejaba llevar por la magia del flamenco. Dos horas y cuarto (sin contar el descanso) en que nos pasó por encima una apisonadora y nos dejó un concierto para el recuerdo. No sólo Paco, que demostró por qué es tan grande, sino todos y cada uno de sus acompañantes, nos dieron una noche inolvidable. Aún tengo en la retina a Farruco llenando todo el escenario con su sola presencia sobre el tablado...

viernes, 8 de octubre de 2010

Los Peyotes en La Lata de Bombillas



Ayer marché a ver a los Peyotes. Esperaba la llamada del Sr. Binguero, pero estaba malito de las tripas y, por desgracia, no podía asistir al evento. Sabía que allá me encontraría a gente, seguro, y que el Sr. Joven y Paula también acudirían más allá de las 21.30. Así que, al salir del trabajo, tomé a Boogaloo y me dirigí al Hamburgo's a tomarme un bocata y un tubico de cerveza. En ese lugar, vino la primera sorpresa: Cesarín y Müller entraban en escena. Bien, bien... ya éramos tres compinches, mínimo, dispuestos a menear nuestras caderas.

Entramos a la Lata de Bombillas sobre las 21.00. Poco a poco, iba llegando la gente. Llegaron Canh y Chemo. Empezaba a animarse la cosa. Poco a poco, seguía llegando más gente. Se respiraba fiesta en el ambiente y, de repente, las guitarras, la batería, el órgano y los desgarradores gritos del cantante, invadieron con estruendo la sala. La sala, llena, pero con algo de espacio. Golpes en la espalda mientras bailo. Paulita y el Sr. Joven, que ya han llegado. El rock'n'roll acelerado fluía por nuestras venas a ritmo garajero desenfrenado. Estaba el Cesarín, estaba Müller. Sabía que esta noche no era de esas con zombies de cuerpo acartonado que mueven sus cabecitas al compás de la música. La noche era para el más bravo y purito rockandrollah y nosotros los teníamos claro.

¡garaje o muerte!

martes, 5 de octubre de 2010

Cajeros

Grafito en Coimbra

Nos pidió, esta nuit, una mujer, ayuda para entrar un carro de la compra lleno de enseres al interior de un cajero. Marta le sujetó la puerta. Yo le ayudé a levantar el carro. Nos dio las gracias. Nos alejamos...


Marché hacia mi casa pedaleando sobre mi querida Boogaloo. Pasé por más cajeros. En unos, gente durmiendo. En otros, cartones, todavía vacíos, extendidos sobre el piso embaldosado. Y, en algunos, bolsas de deporte llenas y, en su cercanía, varias personas charlando.

Pensé en lo cotidiana que se ha convertido esta imagen. Pensé en las consecuencias que tiene esta mierda de sistema económico que no hace más que acentuar las desigualdades y generar más y más gente en riesgo de exclusión social. Unos pocos forrándose mientras otros, muchos, resisten en la gran chingada.

Hasta cuándo...

domingo, 3 de octubre de 2010

Sintra

Vista de Sintra

Agosto, día 16

Amanecemos pronto para poder ir a Sintra, esa villa que destaca, entre la mayoría de la gente, por su belleza. "Os encantará", nos repetían, una y otra vez, todas las personas que por allá habían estado.

Palacio Nacional

Al llegar, observamos el hermoso enclave en que se encuentra. Sita en los pies de una montañita coronada por su castillo, la vegetación rodea su casco antiguo. Mas, una vez que llegamos al centro, comenzamos a ver demasiadas pegas:

1) Los coches. Es demencial que no puedas caminar con tranquilidad por sus calles y alrededores. Hay lugares (muchos, por cierto), donde sólo hay calzada y ni rastro de aceras. Un pueblo considerado Patrimonio de la humanidad que dé preferencia a los coches en detrimento del peatón, dice mucho de dónde carajo está su interés.

Fuente hortera I

2) La cantidad ingente de personas. Agobia un poco que haya tantas personas por todos lados. Sí, es inevitable; pero cansa...

Fuente hortera II

3) Las fachadas y adornos horteras. Colores y acabados de mal gusto. Pequeños castillos de cuento a gran escala destrozan visualmente un conjunto que merece la pena recorrer. Lo malo es que lo hortera vence y es lo que se va quedando en la retina.

Hortera como una calavera...

Al finalizar la jornada, Sintra se convirtió en sinónimo de decepción. Y más si se tiene en cuenta que hay edificios realmente elegantes y bonitos muy deteriorados y dejados al abandono. Imagínense lo poco que nos gustó, que nos marchamos un par de horas antes de lo esperado.

Uno de los bonitos rincones de Sintra