domingo, 24 de octubre de 2010

Notre musique

Ver una película de Godard siempre es un auténtico lujo. Es volver a encontrarse con el cine como arte, el cine como una maravillosa poesía visual. Soy consciente de mi inmensa debilidad con este director y de mi, como siempre, dudosa objetividad. Pero, que le vamos a hacer. Soy un tipo vehemente y, como tal, me apasiono con lo que vivo, con lo que siento, con lo que pienso. Nervioso por lo que íbamos a visionar, encendí el proyector y nos dejamos aprisionar por la luz reflejada de la pantalla.

Primero, viajamos al Infierno. Una concatenación de imágenes arroja, a nuestros ojos, lo cruel y violenta que es la guerra. Solapadas, aparecen escenas de películas, de televisión, de documentales, que, acompañadas por música y el uso del color y la digitalización, nos introducen en la desolación y la sin razón de la guerra.

La desolación llegará en el Purgatorio. Los espacios devastados, vacíos, grises y fríos, sirven de telón de fondo de las conversaciones, a veces de carácter casi anecdótico, de los personajes protagonistas. Sarajevo acoge esta parte que lleva el mayor peso de la película. Nos muestra las consecuencias de la guerra, las cicatrices que quedan, las fisuras y las vidas resquebrajadas.

Finalmente, el Paraíso en forma de playa idílica que, para nuestra desgracia, está custodiada por el ejército.

Terminó la película. Apagué la luz del proyector. Tenía muy clara una cosa: ni Marta ni yo queremos marines en nuestro mundo de paz.

Que razón tiene el señor Goytisolo: "Matar a un hombre para defender una idea no es defender una idea, es matar a un hombre".

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