Agosto, día 16
Amanecemos pronto para poder ir a Sintra, esa villa que destaca, entre la mayoría de la gente, por su belleza. "Os encantará", nos repetían, una y otra vez, todas las personas que por allá habían estado.
Al llegar, observamos el hermoso enclave en que se encuentra. Sita en los pies de una montañita coronada por su castillo, la vegetación rodea su casco antiguo. Mas, una vez que llegamos al centro, comenzamos a ver demasiadas pegas:
1) Los coches. Es demencial que no puedas caminar con tranquilidad por sus calles y alrededores. Hay lugares (muchos, por cierto), donde sólo hay calzada y ni rastro de aceras. Un pueblo considerado Patrimonio de la humanidad que dé preferencia a los coches en detrimento del peatón, dice mucho de dónde carajo está su interés.
2) La cantidad ingente de personas. Agobia un poco que haya tantas personas por todos lados. Sí, es inevitable; pero cansa...
3) Las fachadas y adornos horteras. Colores y acabados de mal gusto. Pequeños castillos de cuento a gran escala destrozan visualmente un conjunto que merece la pena recorrer. Lo malo es que lo hortera vence y es lo que se va quedando en la retina.
Al finalizar la jornada, Sintra se convirtió en sinónimo de decepción. Y más si se tiene en cuenta que hay edificios realmente elegantes y bonitos muy deteriorados y dejados al abandono. Imagínense lo poco que nos gustó, que nos marchamos un par de horas antes de lo esperado.
2 comentarios:
Si algo bueno tiene Sintra, además de su enclave, son sus deliciosos pasteles (se le olvidó esto, Sr. Losada...jeje)
Feliz mañana
¡Es verdad! ¡Qué ricos! ¡yuuuum!
Dulces besos
Publicar un comentario