Después de uno de esos días en que lo mejor habría sido no levantarse de la cama, llega la noche y, con ella, la calma. Llega la conducción en velocípedo de visión borrosa, de despistes, de cabeza gacha y de no saber que es lo que, alrededor, pasa. Llega correr con palabras empañadas de dolor y desgracia. Llega correr con palabras de alivio y esperanza. Llega correr y darse cuenta de que por fin, y aunque no como quería, una etapa (o quizás dos), está cerrada. Y, deprisa, acelera, quema la poca rabia que queda...
De nuevo, la hora nos hacía la jugarreta. Mas, no nos importa y esperamos sentaditos a que nos toque entrar al recinto de las salas cinematográficas. La película para esta noche era la de los hermanos Cohen: Quemar después de leer. Tal y como me habían dicho: "la película es entretenida, te ríes mucho; pero, es al final cuando no puedes parar..." Y, efectivamente, así ha sido. Y, aún más, cuando ya había terminado, porque una mujercica la mar de maja ha hecho un comentario que a Luz y a mí nos ha encanado de lo lindo...
Después, el vinico de rigor, al que nos han acompañado la Choni y Sofía, sitas en un puente que les llevará hasta Mallorca. Y, allá, en ese justo momento sucedió. Fue un momento simbólico, como una metáfora visual de lo que había sucedido unas horas antes. Quedé perplejo, atónito, estupefacto; pero, al mismo tiempo, liberado...
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