martes, 2 de diciembre de 2008

De caminar...

Había luz. Había tomado mi linterna para poder seguir avanzando en la penumbra que hastiaba mi serenidad. El angosto camino, cada vez, se hacía más, y más, amplio. Al fondo, vi la abertura que me conducía hacia la salida, hacia los prados verdes y floridos que sabía, porque ya había habitado entre las cavernas, que estaban allá. Estaba justo a puntito de llegar a la entrada. Mas, una roca inmensa se interpuso en mis andares. Una barrera me dejaba, durante unas horas, en la oscuridad total. Otra vez, la humillación, la marginación (por muy poco que durase) y, con ello, la incomprensión llegaban hasta donde me hallaba ubicado.

Afortunadamente, esta vez, recordaba que llevaba la linterna en mi mano. La volví a encender y comencé a caminar en otra dirección. Empecé a alejarme de esa gran roca que, como una pared, separaba su vida y la mía*. Allá a cierta distancia, volví a ver la luz. Así que comencé a caminar, aunque lento, hacia esa nueva puerta que se presentaba, ante mí, en la lejanía. Sabía que, aunque cabizbajo, nada me detendría. Me da pena, mucha pena; pero esta vez, sabía que no era por mí, sino porque "conmigo era distinto". Me da pena, porque de verdad creía que no habría más barreras. Aunque triste y con sensación de que sí que se ha perdido... ¡1, 2, 3... salto pa' afuera!

Siempre lo he dicho: las barreras, aunque puedan proteger (que tampoco lo logran), siempre (y aunque sea sin querer), harán daño.

* Homenaje a Bambino

Y quizás, ahora, después de ese momento, sí que sea por mí. Y, por eso, lo siento, lo siento mucho.

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