Primero, tocaba visitar y tomar un delicioso café en casa del papa de Anaïs, un hombre con bastante fuerza en su mirada. Allá estaba, con su mujer, y con la hermana y el pequeño sobrinote de Anaïs en la hora de su comida. Cafelito, un rato de conversaciones que se me pierden en los oídos y la alegría de estar allí descansando en mis vacaciones. De nuevo el coche, dirección a los montes poseedores de senderos señalizados. Pero, antes, hay que comprar bocadillos para la comida y, ya que estamos cerquita, visitar a la madre de Anaïs.
Descendemos por las escaleras y llegamos a las “habitaciones”. El panorama que me encuentro me parece fantástico. Allí, un grupo de personas sentado alrededor de una sucesión de mesas comparten una comida comunitaria. Conversan y miran, al mismo tiempo, a uno de sus compinches que está realizando fotos a una esculturilla sita en la arena de la playa. Las olas rompen a unos pocos metros, la salinidad se respira. Como una estampa de película muy, muy, mediterránea se me antoja maravillosa esta vivencia. Quedo un momento solo y la madre de mi querida anfitriona me dice (ahora toca mi horrible francés):
- “C’est la vie marseillese”
- “J’aime bien la vie marseillese” - Respondo con alegría.
La sonrisa aparece en nuestros rostros. Sin duda, se me ha transmitido la alegría de ese grupo de gente. Cuando marchamos, pienso: “así quiero estar yo cuando me jubile, con mis compinches, a pie de playa, dejando que nos acaricie la brisa del mar, disfrutando del sol, de las comunitarias comidas, de las risas y de las conversaciones que esos momentos nos otorgasen. Disfrutando, momentos de soledad en los que múltiples ideas y pensamientos dejen regocijarme entre mi dicha y la de los demás. Sí, quiero que en mi más avanzada edad, las estampas cinematográficas mediterráneas invadan por completo ma vie.
Hasta que encontramos el punto adecuado para comenzar a ascender damos mil vueltas. La verdad es que es todo un poco lioso, pero a mí me gusta, porque así veo más cosicas, más paisajes, más casitas. Por fin llegamos y elegimos lo que parece una excursión facilita. Efectivamente, lo es. Lucho, Stitch de los bosques, Anaïs y yo caminamos despacio en busca de un sitio donde comer. Al fin, después de subir hasta casi lo más alto del monte, paramos. Anaïs nunca había observado Marseille desde ese punto de vista. Comemos, hablamos, miramos y cogemos (bueno, más bien coge), tomillo. A mí, ciertamente, esto me relaja mucho y me llena de vitalidad. ¡Mis queridos Pirineos están presentes!
Anaïs "mini-crack", Stitch "de los bosques", Lucho y Christian "crack" en el monte... Las vista de Marseille es bonita, jejejeje (ya la pondré, ya)
Ya de tarde, regresamos a Aix-en-Provence. Me siento algo cansado. Es lo que tiene haberse relajado tanto. Tenemos que comprar, hacer la cena, papear y... ¡marchar de fiesta! Estábamos invitados a la fiesta de un quillito que se iba unos meses fuera a terminar no sé qué de sus estudios y, obviamente, no podíamos faltar. A mí me parece un buen plan. Pero, bueno, lo dejaremos para una futura entrada, jejejeje. Es que tengo que cocinar...
4 comentarios:
Buenas "vacances". Tu fica con buenas recordaciónes.
Buen trabajo.
Gracias por hacerlo.
Hola david santos. Es satisfactorio que alguien te felicite por unas "vacances" ya vividas y disfrutadas que dan pie a textos en los que se intenta resumir aquello que quedó marcado en la memoria.
Gracias a vos por su agradecimiento. Esto hará que la parte IV sea escrita con más ilusión si cabe.
Saludos
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