Z iba siempre a la playa con Y. Juntos, realizaban castillos en la arena, allá justito al borde del mar, compartiendo un maravilloso cubo rojo que habían comprado juntos. Un día, Y comenzó a ir siempre también con X, con lo que aquel mismo cubo, pronto fue usado por los tres. Z sintió que, poco a poco, usaba cada vez menos ese cubo y, por lo tanto, iba aportando menos a la fábrica de esos bonitos castillos. Fue por ello que, Z, bastante triste, se quejaba y se lamentaba de aquel suceso con W...
Pasó el tiempo y W animó a Z a acudir con él y con T a realizar nuevos castillos. Tomaron un nuevo cubo, más grande y de color verde y los tres comenzaron a pasar horas junto a la orilla, construyendo y adornando numerosas fortificaciones. Así hasta que un buen día apareció Z con S (siempre acompañado de su fiel R), tomaron el cubo verde y comenzaron a levantar castillos en un sitio donde a T (a pesar de que se lo había anunciado), no le gustaba nada acudir. Además, muchas veces, no se esmeraban mucho y los dejaban inacabados. Por esa razón, W, al igual que pasó con Z en su momento, comenzó a utilizar cada vez menos ese cubo.
W se quedó mirando las huellas, aquellas que la gente dejaba marcadas a su paso. De repente, el mar, con toda su inmensa harmonía, rompió sonoramente al tocar la costa. W se quedó mirando como el mar se desplazaba y borraba todas aquellas huellas que la gente dejaba marcadas a su paso. Pensó lo fácil que es borrar esas pisadas en la arena y que a la gente, quizás, de vez en cuando, no le vendría mal pisar un poco de cemento de ese que todavía no se ha secado. Así, al volver a pasar, no caminaría como en la playa, sino que podría identificar sus pasos y divisar ese camino por el que había andado...
* imagen extraída de: http://www.navedelarte.com/
* imagen extraída de: http://www.navedelarte.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario