Marchamos hace una semanica a ver Despedidas. Poco sabía de esta película, a excepción de que era japonesa y de que le habían dado el Oscar a la mejor película extranjera. Me extrañó que la proyectasen el los Palafox y, como no, me volvió a desanimar que tuviésemos que visualizarla sin la deseada para Zaraguaya VOSE.
Salí de la sala con una muy buena sensación. El metraje había sido largo y, para nada, tuve la sensación de haber estado ese tiempo sentadito en la butaca. Una vez más, volvía a presenciar esa delicadeza que suele proporcionar el cine japonés, así como el gusto por lo efímero, por la belleza del instante, por la conservación de las tradiciones dentro de un país tan modernizado.
Una historia curiosa que nos viene a recordar que la muerte está tan presente en nuestras vidas como comer pescado y que, sin embargo, sigue siendo objeto de todo tipo de miedos, prejuicios y objeciones. Y, en este contexto, el protagonista va rompiendo barreras culturales. Y, en este contexto, el protagonista va rompiendo barreras personales.
Una buena película en la que, quizás, hay dos momentos que me sobran. El primero, la escena del protagonista tocando el violonchelo en el prado, con ese movimiento aereo de la cámara ¡buf! El segundo, puesto que creo que podría haberse hecho de una manera más elegante, cuando toma nitidez la cara del padre del protagonista en sus recuerdos de la infancia.
Vayan a verla a la pantallita grande, que merece la pena. Así, obtendrán una piedra, grandecita, pero adaptada a la mano. También, será redonda y pulimentada, y de color blanco con bonitas manchas azuladas recorriendo su superficie.
Salí de la sala con una muy buena sensación. El metraje había sido largo y, para nada, tuve la sensación de haber estado ese tiempo sentadito en la butaca. Una vez más, volvía a presenciar esa delicadeza que suele proporcionar el cine japonés, así como el gusto por lo efímero, por la belleza del instante, por la conservación de las tradiciones dentro de un país tan modernizado.
Una historia curiosa que nos viene a recordar que la muerte está tan presente en nuestras vidas como comer pescado y que, sin embargo, sigue siendo objeto de todo tipo de miedos, prejuicios y objeciones. Y, en este contexto, el protagonista va rompiendo barreras culturales. Y, en este contexto, el protagonista va rompiendo barreras personales.
Una buena película en la que, quizás, hay dos momentos que me sobran. El primero, la escena del protagonista tocando el violonchelo en el prado, con ese movimiento aereo de la cámara ¡buf! El segundo, puesto que creo que podría haberse hecho de una manera más elegante, cuando toma nitidez la cara del padre del protagonista en sus recuerdos de la infancia.
Vayan a verla a la pantallita grande, que merece la pena. Así, obtendrán una piedra, grandecita, pero adaptada a la mano. También, será redonda y pulimentada, y de color blanco con bonitas manchas azuladas recorriendo su superficie.
Espero que les guste
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