jueves, 10 de diciembre de 2009

Celda 211

Había escuchado y leído muchas críticas, todas buenas. Incluso ésta de marmota estaba por mi cabeza al tomar la decisión de ir a ver la Celda 211. Todas las palabras referidas a ella eran buenas. Debía de tratarse, pues, de un peliculón, así que por mi cabeza no pasaba la idea de perdérsela y no asistir a la pantalla grande. Después del ensayo de teatro, fuimos hacia los Aragonia, Marta y servidor, no sin antes recoger a Cuco (y los deliciosos bocatas de jamón que nos trajo), para pasar una velada de cine.

La película empezaba con pitera: un quillo cortándose las venas. "Vaya", pensé. "Empieza jarta la peli... Creo que no se va a andar con finuras..." Y no, obviamente no. Pronto, como un buen guión de libro, empezaba la trama con un giro inesperado: el futuro vigilante atrapado en la Celda 211 mientras comienza el amotinamiento en la prisión. Y, a partir de ese momento, tensión, intriga, sospechas... un thriller carcelario (como no se han cansado de decir en una y otra publicación), en el que se nos invita a reflexionar sobre un montonsiito de cosas. Y lo hace, afortunada y acertadamente, dándonos pinceladas, así, como de pasito, sin profundizar ni insistir en ello, sin hacerlo machacón.

Por un lado, y marcando bien clarito dónde está cada uno, se diluye por momentos la noción del bueno y el malo, del que está entre rejas pagando su condena y del que está fuera, dando palizas y sin respetar los derechos de los ciudadanos. Por otro, la fidelidad, la confianza, la amistad... siempre en terrenos fangosos, entredicha; pero, que al final, aparece y parece no romperse. Asimismo, una clara crítica al sistema carcelario y, supuestamente, sus excesivos castigos que, al fin y al cabo, no solucionan nada. Además, el peso que tiene la política a la hora de tomar decisiones, observando atónitos cómo prevalece la vida de tres etarras (que no quiero decir con esto que no haya que luchar por su vida, puesto que ya están pagando su condena), por encima de la del funcionario que ha caído en semejante desdicha (y con la de él, el resto de presos que caerán muertos). Y sólo por motivos políticos.

Me recuerda esto el caso de Aminatou Haidar. Cuidadín, cuidadín... no hay que enfadar al país vecino, que si no se joroban las relaciones con ellos y ya la hemos chingado. Pero, ojito, que si se nos muere, a ver que carajo decimos. Soluciones difíciles que pasan por la diplomacia, soluciones difíciles que tienen más en cuenta la política que las vidas de las personas. Y ya, de paso, la oposición, cuando acabe todo el espectáculo mediático que se ha montado y haya, por fin, un desenlace, a criticar y meter el dedo en la llaga. ¡Puuuuf! Cuánta patraña.

Y, como no, los medios de comunicación, con su eterna manipulación, mostrando sólo, o lo que el espectador quiere oír, o lo que el medio en cuestión quiere decir. Bien clarito queda con la información del final de la película. Bien clarito queda, día a día, con los noticieros que visualizamos en nuestros televisores (yo ya no, como señalé en la entrada anterior), obteniendo sólo, de la que nos llega, una fragmentada información.

En cuanto a los actores (actriz sólo hay una), impresionantes. El señor Tosar lo borda. No sólo por su caracterización, por su credibilidad, sino porque consigue algo tremendamente difícil: llegar a comprenderle e incluso sentir cierta empatía hacia él, mostrándose como lo ha hecho, durante toda la película, como un tipo agresivo, asesino, sin apenas escrúpulos, sin un ápice de humanidad. Alberto Ammann no se queda atrás, con una interpretación que va cambiando a su personaje a medida que avanza la película y que no chirría por ningún lado. Resines (el que menos me convenció), en papel de funcionario malote cabrón, al menos cambiando de registro. Luis Zahera, ¡ay, hueputa!, que parece de verdad que sea así... Y no pararía, porque se salen todos, toditos, enteritos.

Sin duda, una de las mejores películas españolas desde hace ya time. El señor Daniel Monzón nos regala este largometraje que hay que ver, sin ninguna excusa para no ir, en la gran pantalla.

¡Joder! Cómo puede cambiar la vida en un insignificante instante...

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