El Sábado de la semana pasada, marchamos a ver a Dios Salve a la Reina, tal como reza su página, el mejor Queen después de Queen. Se presentaba en Zaraguaya el Audi A1 y, por ese motivo, tocaba citado grupo en la carretera de Castellón, a 3,300 kilómetros. Partíamos desde casa del Sr. Joven en nuestros velocípedos para acercarnos hasta el lugar indicado. Marta ya estaba nerviosa antes de dar las primeras pedaladas. Paula, insegura sobre su plegable de ruedas deshinchadas. Y el Sr. Joven y servidor, también con ganas de llegar al evento.
Hinchar ruedas; pasar por una acera destrozada que haga saltar por los aires la luz trasera de la bici; encontrarse a compinches (y apenas poder pararte a hablar), que se dirigen al mismo lugar, pero caminando; sortear bordillos y adentrarse en el angosto pasillo de La Estrella de la Muerte, fueron los obstáculos que tuvimos que superar. Finalmente, llegamos cuando ya, con una canción o dos, habían comenzado.
Cuando era teenager, Queen fue un grupo que, aunque reconociendo que era bueno, nunca me había llegado a cuajar. Era uno de esos grupos que me molaban un mogote cuando, por ejemplo, los veía en el vídeo de "I Want To Break Free", pero que no soportaba en absoluto con canciones como "We Will Rock You". Sí, existía en mí esa dicotomía entre el Queen que me gustaba y el que me agobiaba extremadamente.
Poco a poco, a medida que mi atolondrada cabeza iba asimilando más ritmos, Queen empezó a encajar más y más en mis gustos musicales, aunque sin llegar a pertenecer nunca a mi disquería. Y así, hasta que llegó la "Chica del Este", quien me hizo redescubrir, con su pasión, al cuarteto londinense. A mis oídos llegaron más canciones. Algunas, pocas, no muy convincentes; pero, las más, buenas y otras... mejores.
Llegamos al concierto cuando apenas había comenzado. A mi alrededor había gente realmente emocionada. Marta bailaba, Paula gritaba y yo, sin duda, también "quería conducir mi bicicleta". Marta cantaba, Paula cantaba y yo, mientras, disfrutaba. Sería el momento, sería el concierto... pero, a medida que el evento avanzaba, un pensamiento empezaba a introducirse en mi mente: "ya es hora de que Queen pase a estar en mi disquería".
Hinchar ruedas; pasar por una acera destrozada que haga saltar por los aires la luz trasera de la bici; encontrarse a compinches (y apenas poder pararte a hablar), que se dirigen al mismo lugar, pero caminando; sortear bordillos y adentrarse en el angosto pasillo de La Estrella de la Muerte, fueron los obstáculos que tuvimos que superar. Finalmente, llegamos cuando ya, con una canción o dos, habían comenzado.
Cuando era teenager, Queen fue un grupo que, aunque reconociendo que era bueno, nunca me había llegado a cuajar. Era uno de esos grupos que me molaban un mogote cuando, por ejemplo, los veía en el vídeo de "I Want To Break Free", pero que no soportaba en absoluto con canciones como "We Will Rock You". Sí, existía en mí esa dicotomía entre el Queen que me gustaba y el que me agobiaba extremadamente.
Poco a poco, a medida que mi atolondrada cabeza iba asimilando más ritmos, Queen empezó a encajar más y más en mis gustos musicales, aunque sin llegar a pertenecer nunca a mi disquería. Y así, hasta que llegó la "Chica del Este", quien me hizo redescubrir, con su pasión, al cuarteto londinense. A mis oídos llegaron más canciones. Algunas, pocas, no muy convincentes; pero, las más, buenas y otras... mejores.
Llegamos al concierto cuando apenas había comenzado. A mi alrededor había gente realmente emocionada. Marta bailaba, Paula gritaba y yo, sin duda, también "quería conducir mi bicicleta". Marta cantaba, Paula cantaba y yo, mientras, disfrutaba. Sería el momento, sería el concierto... pero, a medida que el evento avanzaba, un pensamiento empezaba a introducirse en mi mente: "ya es hora de que Queen pase a estar en mi disquería".
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