domingo, 20 de junio de 2010

Colin Hare en la Lata de Bombillas o irse a dormir por agotamiento total

Sí, tal como reza el título, ayer no terminé de ver el concierto que ofrecía ayer por la noche Colin Hare & Honeybus en La lata de bombillas. Es difícil explicar cómo había llegado a este estado. Así que voy a relatarlo a la inversa.

Hoy amanecí a las 9.00. Mi cuerpo volvía a sentirse en plenas facultades. Por fin había podido descansar lo necesario después de haberme tenido que ir de un concierto por sentirme totalmente agotado. Había comenzado éste sobre las 22.00 horas. Se iniciaba con Duncan Maitlan (guitarrista y pianista de la Honeybus), a la guitarra y solito sobre el escenario. Precioso pop que terminaría con una deliciosa joyita: "Starman" del gran Bowie.



Seguidamente era el turno de Andrew Sandoval, un tipo que es músico, productor, escritor y no sé cuántas cosas más, del que no había escuchado nada. Por lo visto, tiene que tener una colección de disquicos que lo pueden flipar, señores/as. Sería esa la razón por la que, al finalizar el concierto, iba a ser el encargado de pinchar. Pop con aires de folk muy elegante que me estaba haciendo disfrutar de la velada.



No obstante, había algo que no funcionaba del todo. Ese algo era mi cansancio. Los ojos se me cerraban, la cabeza empezaba a estar realmente embotada y mis piernas apenas sujetaban un cuerpo cada vez más pesado. Por ello, cuando terminó el Sr. Sandoval y salió al escenario Colin Hare, yo ya estaba exhausto. Poco a poco, mientras el precioso pop (que bebió de aquellos momentos de la psicodelia) y ciertas dosis de folk, inundaban la sala, el pequeño Pibe se desinflaba.



No sé cuánto aguantaría. Fueron unas doce canciones. El reloj marcaba , desde hace ya un rato, más allá de las 0.00 y tomé la decisión de retirarme antes de quedar allá totalmente desfallecido. Me despedí de Camilín y de Mariángeles. Les decía con pena que apenas había dormido cuatro horas y media, y que había acudido directamente allá después de una excursión de 15 horas con los/as niños/as de El Dado. Señalaba la mochila con que había marchado hasta Donosti y, sinceramente, creo que el cansancio se reflejaba de sobra en mi cara.

Efectivamente, desperté a las 6.30 de la mañana del Sábado para marchar al Chillida-Leku con mis compañeros de currele y 33 niños/as (que finalmente fueron 30). Ir de excursión con esta tropa destroza. Repetir todo cien veces, estar concentrado cada minuto para saber dónde andan los/as chavales/as, no parar de oír un continuo murmullo (que realmente son sonoros gritos) durante todo ese tiempo... Es realmente agotador.

Cuando le dices a la gente que te vas de excursión a cualquier lado sus primeras palabras son: "¡Qué suerte!" o "¡Jo! no te quejarás..." Eso es porque nunca lo han hecho. Cuando eres un currela y te toca ir a medir carreteras a los Pirineos, o a asfaltarlas, a nadie le da envidia. Lo comentas y hasta te ponen cara de "¡Buf! vaya paliza..." ¿Qué cambia entonces la percepción de la gente? Supongo que la palabra excursión. Lo que no parece quedar claro es que, para los/as educadores/as, no es ir a disfrutar, sino que es ir a trabajar y acabar extremadamente cansados/as.

Sí, también algo había aportado yo. Mis cuatro horas y media de sueño no son buenas ni para bajar a comprar el pan. Pero, el día anterior, el Viernes, no me había dejado casi elección. Sonaba el despertador a las 8.00 horas. A las 9.00 tenía ese insulso y desesperante curso de formación. Para la última sesión tocaba asertividad así que, después de hablar de ella durante tres años a los/as niños/as de SOS Racismo, sabía que casi todo me iba a sonar. Me equivocaba, una vez más. Las tres chorradas que dimos, más los consabidos vídeos chorras que la formadora nos volvió a ofertar, ya me lo sabía de "pe a pa".

A las 13.00 rápidamente a nadar, pues luego tocaba comidica en Los helechos con Cuquín y Guti, antes de ir a trabajar. Imagínense cómo estaba ya a las 20.15, al salir del currele, para ir a comprar la comida del día siguiente para San Sebastián. Pues sí, reventado. Pero, no acababa allá mi jornada. Aún quedaba el ensayo de teatro. Era nuestro último día de la temporada, así que al finalizar, nos fuimos a cenar.

Habíamos terminado. Miré el reloj. no podía creerlo. Las 0.12 marcaban los numeritos de la pantalla del celular.

- "Lo siento, quillos, pero me voy pitando a dormir"

Esa era la intención, pero todavía quedaba llegar a casa y ponerse a cocinar, no sin antes mirar las previsiones meteorológicas que el día nos iba a deparar.

Y, bueno, levantarse ese Viernes a las 8.00 de la mañana no habría sido demasiado reseñable si no fuese porque la noche anterior acudí al concierto de la New York Ska Jazz ensemble. Pero, quillicos/as, eso es otra historia...

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