Fuimos el Jueves a ver Ajami, la peliculica en V.O.S.E. de los Jueves en los Renoir de Zaraguaya. Sabía, gracias al genial Blog Cinegoza, que era una película dirigida por un israelí (Yaron Shani) y un palestino (Scandar Copti), así como que había sido candidata a los Oscar como mejor película de habla no inglesa. No había querido leer más, puesto que no quería estar condicionado al verla.
Allá, en la sala, nada más comenzar el filme, ya intuía que iba a presenciar una película de bastante crudeza. No habría momentos para el sentimentalismo, tan sólo para la desesperación. Estaba ante un mosaico en que los personajes eran las teselas que iban encajando en su lugar para ir dando forma a una película en que, como telón de fondo, queda reflejado el conflicto existente entre Israel y Palestina. Pero, no lo hacía desde el punto de vista político, ni desde una visión global. Lo hacía a pie de calle, con las vidas de sus ciudadanos y cómo, ese interminable conflicto, condiciona no sólo sus vidas, sino la manera de relacionarse.
Acá, nos exponían sin reparo los ajustes de cuentas, la violencia en las calles, la situación irregular y clandestina de algunos ciudadanos, la desaparición de soldados, la obsesión y el odio, dentro de un marco singular: Ajami, ciudad israelí integrada en Tel Aviv. En ella, tal y como nos cuenta la película, musulmanes, judíos y cristianos intentan convivir; pero, la tensión con la que se vive y el miedo hacia el vecino son barreras demasiado difíciles de superar.
Sin duda una muy buena película que, durante estos últimos días, no he dejado de recomendar.
Allá, en la sala, nada más comenzar el filme, ya intuía que iba a presenciar una película de bastante crudeza. No habría momentos para el sentimentalismo, tan sólo para la desesperación. Estaba ante un mosaico en que los personajes eran las teselas que iban encajando en su lugar para ir dando forma a una película en que, como telón de fondo, queda reflejado el conflicto existente entre Israel y Palestina. Pero, no lo hacía desde el punto de vista político, ni desde una visión global. Lo hacía a pie de calle, con las vidas de sus ciudadanos y cómo, ese interminable conflicto, condiciona no sólo sus vidas, sino la manera de relacionarse.
Acá, nos exponían sin reparo los ajustes de cuentas, la violencia en las calles, la situación irregular y clandestina de algunos ciudadanos, la desaparición de soldados, la obsesión y el odio, dentro de un marco singular: Ajami, ciudad israelí integrada en Tel Aviv. En ella, tal y como nos cuenta la película, musulmanes, judíos y cristianos intentan convivir; pero, la tensión con la que se vive y el miedo hacia el vecino son barreras demasiado difíciles de superar.
Sin duda una muy buena película que, durante estos últimos días, no he dejado de recomendar.
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