sábado, 13 de marzo de 2010

Sintiendo la isla...

En un elevadísimo porcentaje, c'est à dire, prácticamente siempre, voy con mi querida Boogaloo por la calzada. Al montarme en ella, me quito uno de mis cascos y comienzo a pedalear. No llevo los dos cascos sonando (aunque sea bajito), por dos sencillas razones: la primera, porque la ordenanza no permite pedalear con cascos; la segunda, porque no soy pendejo y le doy la suficiente importancia a la mía vida como para jugármela en un tonto accidente por no oír algo de lo que me rodea.

No obstante, hay ocasiones que decido dejarme puestos los dos cascos. En ese caso, cambio de parecer y pedaleo por la acera. Mi velocidad, entonces, es nimia, porque la acera es para el peatón. Por eso, me adapto a los viandantes y tan sólo pedaleo para poder ir avanzando, aunque sea poquito más rápido que ellos. Es más, para mí, en ese caso, siempre tendrán preferencia.

Hoy, al ir a montar en mi velocípedo, ha comenzado a sonar "Vivo en una isla". Ya saben que esta canción de Karamelo Santo me gusta en demasía, así que comprenderán que mi corazón y mi mente se resistiesen a disfrutar de ella como debe ser. Como bien habrán intuido, hoy, de caminito al hogar, opté por la acera.

Comenzaba suave, con ese ritmo cumbiandero que te llega hasta las entrañas, para llevarme en volandas entre los ciudadanos que, al mediodía, paseaban bajo los rayos de Sol que intentaban calentar estos últimos fríos días de Invierno. Al son de su melodía, seguía la letra moviendo mis labios para cantar en un tenue susurro imperceptible para la gente que pasaba a mi lado. Al son de su melodía, supongo que mi rostro reflejaba el placer que me producía tararear su triste lamento.

Así, hasta la fiebre. La música se aceleraba, el público se oía de fondo, el ritmo se volvía caliente y mi piel, como reflejo de mi proceso interno, sentía el erizar de mis pelos. Movía la cabeza, cantaba más alto, movía mi cuerpo. Me veía bailando, dándolo todo, sobre la árida arena y bajo el Sol de infierno. Sonreí, quizás hasta reí. Seguramente, a la gente le parecía un tipo raro de esos que cantan por la calle. Pero me daba igual, era un loco de esos, muy cuerdo.

Aparqué a Boogaloo. Me acerqué a la puerta del Mercadona. Se abrieron las puertas. Pulsé el botón de nuevo. Volvía a sonar la cumbia... "Vivo en una isla, vivo en una isla, pero sin mar, pero sin mar..."

2 comentarios:

Sally dijo...

Yo siempre voy por la acera en bicicleta. Ya sé que eso no es muy bicicletero pero me da mucho miedo pedalear entre los coches. ¿Por qué será que en este país no guardan la distancia de precaución con las bicis? ¡Por un carril bici sin interrupción en las ciudades planas!

closada dijo...

La clave es hacerte tu sitio en la calzada. Hacer que te respeten. Así, poco a poco, aunque alguna vez te "acosen" los coches, te irás haciendo más y más fuerte en la jungla de safalto.
Besicos rodados