Los días sin Boogaloo se hacen duros. A mí, lo de moverme en mi súper velocípedo no sólo me mola porque es un inmejorable medio de transporte para desplazarse por la urbe, sino también porque me da agilidad y rapidez en mis desplazamientos, algo necesario en la mía vida que fluye siempre tan ajetreada. Además, si mientras pedaleas, rumbeas, pues mejor que mejor. Por esta razón, y debido a mis infinitos desplazamientos sobre Boogaloo, se ha establecido un fuerte vínculo entre ambos. Tanto, que lo que a ella le sucede a mí me afecta. Y, estos días, están siendo horribles...
Comenté esa desaparición de la cesta que tanta pena me había proferido. Afortunadamente, solventé su ausencia y conseguí una nueva cesta a la que, a su vez, le fabriqué una bonita matrícula. De nuevo, Boogaloo, lucía hermosa por la ciudad... Sin embargo, un peligro acechaba a nuestro estado: la rueda delantera estaba demasiado desinchada. Viviendo, estos días, en casa de la mía mamma, no tenía tiempo para acercarme a la mía casa, así que, el Viernes, bajé al trastero, cogí la bomba y, decidido, me acerqué a Boogaloo. ¡Horreur! Esa bomba era la gran chingada. Todo el aire se escapaba y, con él, la ilusión de poder pedalear sobre mi velocípedo de nuevo.
Un poquillo desconcertado, mis pasos me llevaron a comprar una bomba que no fuese muy mala, la verdad. Mas, la desgracia llegó al intentar (la mañanita del Sábado), inflar la rueda y comprobar que, o soy realmente torpe, o esa bomba era una auténtica pendejada madre. Seguía chingado a más no poder, pero la solución se acercaba a su fin, ya que el Sábado nuit dormiría en mi casa y podría coger la bomba que, hasta estos días, mejor ha funcionado en la mía vida.
Tomé las dos bombas entre mis manos hoy al despertar. La sonrisa recorría mi rostro. Por fin no iba a tener problema y, sí, pedalearía feliz hasta la sede de Médicos del Mundo. Esa preciada bomba que tan maravillosamente bien había funcionado estaba dando sus frutos: la rueda volvía a sentir el aire por su interior. Mas, la fortuna volvió a jactarse de mí y ¡zas! la bomba se rompió entre mis manos. No podía ser, algún extraño embrujo se cernía sobre mí... Al menos, me permitía desplazarme. De nuevo, podía recorrer la urbe sobre mi querida Boogaloo.
Salí de Médicos del Mundo y marché a comer a casa de Amayita, Teresa (muchas gracias, quillitas, sois unos cielos), y Raquel. Tan sólo estuve con ellas media hora, pero gracias a su invitación podía comer algo antes de ir a trabajar. Bajé presuroso para no llegar tarde a trabajar. Cogí mi velocípedo y me puse a pedalear. Un ruido extraño llegaba hasta mis oídos. Lo intuía, pero no lo quería creer: estaba pinchada la rueda de atrás.
Ahora, Boogaloo está en mi casa con la rueda desmontada. Ahora, yo estoy en casa de la mía mamma. Ahora, pienso en una nueva bomba, en una nueva cámara y en reparar con parches la otra. Por si acaso...
Comenté esa desaparición de la cesta que tanta pena me había proferido. Afortunadamente, solventé su ausencia y conseguí una nueva cesta a la que, a su vez, le fabriqué una bonita matrícula. De nuevo, Boogaloo, lucía hermosa por la ciudad... Sin embargo, un peligro acechaba a nuestro estado: la rueda delantera estaba demasiado desinchada. Viviendo, estos días, en casa de la mía mamma, no tenía tiempo para acercarme a la mía casa, así que, el Viernes, bajé al trastero, cogí la bomba y, decidido, me acerqué a Boogaloo. ¡Horreur! Esa bomba era la gran chingada. Todo el aire se escapaba y, con él, la ilusión de poder pedalear sobre mi velocípedo de nuevo.
Un poquillo desconcertado, mis pasos me llevaron a comprar una bomba que no fuese muy mala, la verdad. Mas, la desgracia llegó al intentar (la mañanita del Sábado), inflar la rueda y comprobar que, o soy realmente torpe, o esa bomba era una auténtica pendejada madre. Seguía chingado a más no poder, pero la solución se acercaba a su fin, ya que el Sábado nuit dormiría en mi casa y podría coger la bomba que, hasta estos días, mejor ha funcionado en la mía vida.
Tomé las dos bombas entre mis manos hoy al despertar. La sonrisa recorría mi rostro. Por fin no iba a tener problema y, sí, pedalearía feliz hasta la sede de Médicos del Mundo. Esa preciada bomba que tan maravillosamente bien había funcionado estaba dando sus frutos: la rueda volvía a sentir el aire por su interior. Mas, la fortuna volvió a jactarse de mí y ¡zas! la bomba se rompió entre mis manos. No podía ser, algún extraño embrujo se cernía sobre mí... Al menos, me permitía desplazarme. De nuevo, podía recorrer la urbe sobre mi querida Boogaloo.
Salí de Médicos del Mundo y marché a comer a casa de Amayita, Teresa (muchas gracias, quillitas, sois unos cielos), y Raquel. Tan sólo estuve con ellas media hora, pero gracias a su invitación podía comer algo antes de ir a trabajar. Bajé presuroso para no llegar tarde a trabajar. Cogí mi velocípedo y me puse a pedalear. Un ruido extraño llegaba hasta mis oídos. Lo intuía, pero no lo quería creer: estaba pinchada la rueda de atrás.
Ahora, Boogaloo está en mi casa con la rueda desmontada. Ahora, yo estoy en casa de la mía mamma. Ahora, pienso en una nueva bomba, en una nueva cámara y en reparar con parches la otra. Por si acaso...
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