
La película comenzaba enérgica, con fuerza y, en seguida, cobraba rapidez. Pronto, aparecían persecuciones que me recordaban, en cierta medida y cómo estaban presentadas, a aquellas que se producían en Trainspotting; también, aparecían barrios de chabolas y situaciones que me recordaban a Ciudad de Dios, aunque salvando las distancias, claro está. Y así, la película se iba desarrollando ante mis ojos en una ensoñadora miscelánea de pobreza, violencia, amor, amistad, engaño, sinceridad. Y digo ensoñadora porque, entre tanta miseria, no sólo material, sino humana, se daban vestigios de situaciones risueñas, de esperanza, de rocambolescas historias que, con algún momento cómico, enseñaban las desventuras que poco a poco iban acercando, al protagonista, a la fortuna.
Al terminar, me había dejado muy buen sabor de boca. La pena es el final, con dos o tres fases la mar de estúpidas que resuelven de manera paupérrima un fin que, aunque previsible, no desentona con la película, pero que pierde muchísima fuerza.
En definitiva, una película que sí que merece la pena ver y, sin lugar a dudas, si es en la pantalla grande de un cinema, mucho mejor.
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