Sí, no es por quejarme, pero me pasa de todo. La última desventura, en mi viaje a Alicante. Lo tenía programado: salgo el viernes por la mañana, tempranito, y así llego a la hora de comer y puedo aprovechar todo el fin de semana. Una vez más, mis planes se veían truncados: examen por la tarde el Viernes, nos anuncia la profesora ante mi total desánimo. Jooooooder, no es justo. Pero, bueno, hay que asumir que es algo normal en mi vida. Ya cogeré el billete para llegar a las 2.30 de la madrugada ¡Qué más da!
Autobús. Dirección Teruel. Se pone a llover (mira que es difícil), y, claro, el conductor pone los limpiaparabrisas en acción. ¡Merde! Uno no funciona bien. Hemos de parar en una estación de servicio a ver si puede arreglarlo. Reanudamos el camino, y deja de llover. Teruel. Intentos de arreglo... hemos de cambiar de autobús. No pasa nada, en lugar de a las 2.30, llegaré a las 4.00 casi ¡Qué suerte!
Obviamente, no volvió a llover en todo el trayecto. Obviamente, llegué a las 4.00 casi. Obviamente, el Sábado amanecí tarde. Mi fin de semana alicantino se convirtió en día y medio…
Además, quilla, eso impidió verte a ti. Si hubiese ido el Viernes, un huequín habríamos tenido.
Como suele decirse: c’est la vie.
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