Platón nos habló del estúpido mito de la caverna, creo que más consciente que nadie de que la debilidad humana haría caso de tan absurda teoría. Sí, él ya era consciente de que influiría de una manera determinante a la hora de interpretar las cosas. Y, necios de nosotros, hemos seguido sus enseñanzas cegados por la búsqueda de la verdad absoluta y rechazando las sombras que, como una cortina, ocultan la verdadera esencia de las cosas.
Mas él estaba equivocado. No hay verdad, no hay sombras, no hay caverna posible. Desde aquí proponemos la humillación a Platón por otorgarnos la mayor maldición posible: el mundo ideal.
Su teoría ha servido para explicar la teoría de la fotografía que parece regir las pautas a seguir. Es más, su teoría sirvió para argumentar la imposición de la fotografía como un arte más. Veamos. La realidad está allí, y la cámara, como si de una caverna se tratase capta esa realidad para transformarla en sombras. Así, se consigue el subjetivismo en la fotografía, así se separa de la objetividad que parece ser una lacra para la creación artística. Pero ¿acaso se ha tenido que aplicar eso a la pintura, la escultura, la arquitectura o a la escritura? No, nunca. Es detestable.
La fotografía es mucho más objetiva que la realidad que nosotros creemos verdadera. Pues ¿no es la fotografía un papel impregnado en el que aparece, por medio de luces y sombras, una imagen que todos apreciamos de una manera mucho más parecida? Ahí, empieza la subjetividad, no antes. Y no importa la intención del fotógrafo, ni que todo esté preparado, claro que no, porque lo que él nos entrega es su visión de las cosas reducida a un cuerpo material puramente objetivo.
La fotografía es algo objetivo, al igual que las sombras ¿O acaso no existen las sombras y no son tan válidas como los árboles, las casas, nuestras madres y los perros del vecino? La fotografía es arte… pero la subjetividad acabará matándola, porque es una excusa demasiado simple para defender esa condición. Lo objetivo es subjetivo, porque lo objetivo no existe más allá de nuestra interpretación.
Mas él estaba equivocado. No hay verdad, no hay sombras, no hay caverna posible. Desde aquí proponemos la humillación a Platón por otorgarnos la mayor maldición posible: el mundo ideal.
Su teoría ha servido para explicar la teoría de la fotografía que parece regir las pautas a seguir. Es más, su teoría sirvió para argumentar la imposición de la fotografía como un arte más. Veamos. La realidad está allí, y la cámara, como si de una caverna se tratase capta esa realidad para transformarla en sombras. Así, se consigue el subjetivismo en la fotografía, así se separa de la objetividad que parece ser una lacra para la creación artística. Pero ¿acaso se ha tenido que aplicar eso a la pintura, la escultura, la arquitectura o a la escritura? No, nunca. Es detestable.
La fotografía es mucho más objetiva que la realidad que nosotros creemos verdadera. Pues ¿no es la fotografía un papel impregnado en el que aparece, por medio de luces y sombras, una imagen que todos apreciamos de una manera mucho más parecida? Ahí, empieza la subjetividad, no antes. Y no importa la intención del fotógrafo, ni que todo esté preparado, claro que no, porque lo que él nos entrega es su visión de las cosas reducida a un cuerpo material puramente objetivo.
La fotografía es algo objetivo, al igual que las sombras ¿O acaso no existen las sombras y no son tan válidas como los árboles, las casas, nuestras madres y los perros del vecino? La fotografía es arte… pero la subjetividad acabará matándola, porque es una excusa demasiado simple para defender esa condición. Lo objetivo es subjetivo, porque lo objetivo no existe más allá de nuestra interpretación.
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