Me veía incapaz de hablar de mi herida. Pero, la diosa de la fortuna hizo que fuesen a parar a mis manos unas líneas en las que aparecía definida de una manera casi exacta a como yo la había explicado con anterioridad:
… El mundo que conocí ya no existe, está muerto y acabado, eliminado. Y todo lo que yo era ha quedado eliminado con él. Soy un cadáver que recibe una inyección de nueva vida. Estoy radiante y resplandeciente, entusiasmado con nuevos descubrimientos, pero el centro todavía es de plomo, es escoria. Me echo a llorar... ahí mismo en las escaleras del metro. Sollozo en alto, como un niño. Ahora caigo en la cuenta con toda claridad: ¡estás solo en el mundo! Estás solo... solo... solo. Es penoso estar solo -penoso, penoso, penoso, penoso. No tiene fin, es insondable, y es el destino de todos los hombres en la tierra, pero sobre todo el mío. Otra vez la metamorfosis… Estoy loco, loco de dolor… Pero no estoy perdido.
Algo me había matado, y sin embargo, estaba vivo. Pero estaba vivo sin memoria, sin nombre; estaba separado de la esperanza así como del remordimiento o del pesar… estaba enterrado vivo en un vacío que era la herida que me habían asestado. Yo era la herida misma.
… sé algo de la milagrosa herida que recibí y que se curó con mi muerte. Hablo de ella como de algo pasado, pero la llevo siempre conmigo. Hace mucho que pasó todo y es invisible aparentemente, pero como una constelación que se ha hundido para siempre bajo el horizonte.
Lo que me fascina es que algo tan muerto y enterrado como yo lo estaba pudiera resucitar, y no sólo una, sino innumerables veces… ¡Y nunca estigma alguno!... Y después no hay ni placer ni dolor, sino simplemente la oscuridad que cede ante la luz. Y al desaparecer la oscuridad, la herida sale de su escondite: la herida que es el hombre, que es el amor del hombre, queda bañada en la luz… El hombre da un paso y sale de su herida abierta, de la tumba que había llevado consigo tanto tiempo.
Henry Miller, Trópico de Capricornio.
… El mundo que conocí ya no existe, está muerto y acabado, eliminado. Y todo lo que yo era ha quedado eliminado con él. Soy un cadáver que recibe una inyección de nueva vida. Estoy radiante y resplandeciente, entusiasmado con nuevos descubrimientos, pero el centro todavía es de plomo, es escoria. Me echo a llorar... ahí mismo en las escaleras del metro. Sollozo en alto, como un niño. Ahora caigo en la cuenta con toda claridad: ¡estás solo en el mundo! Estás solo... solo... solo. Es penoso estar solo -penoso, penoso, penoso, penoso. No tiene fin, es insondable, y es el destino de todos los hombres en la tierra, pero sobre todo el mío. Otra vez la metamorfosis… Estoy loco, loco de dolor… Pero no estoy perdido.
Algo me había matado, y sin embargo, estaba vivo. Pero estaba vivo sin memoria, sin nombre; estaba separado de la esperanza así como del remordimiento o del pesar… estaba enterrado vivo en un vacío que era la herida que me habían asestado. Yo era la herida misma.
… sé algo de la milagrosa herida que recibí y que se curó con mi muerte. Hablo de ella como de algo pasado, pero la llevo siempre conmigo. Hace mucho que pasó todo y es invisible aparentemente, pero como una constelación que se ha hundido para siempre bajo el horizonte.
Lo que me fascina es que algo tan muerto y enterrado como yo lo estaba pudiera resucitar, y no sólo una, sino innumerables veces… ¡Y nunca estigma alguno!... Y después no hay ni placer ni dolor, sino simplemente la oscuridad que cede ante la luz. Y al desaparecer la oscuridad, la herida sale de su escondite: la herida que es el hombre, que es el amor del hombre, queda bañada en la luz… El hombre da un paso y sale de su herida abierta, de la tumba que había llevado consigo tanto tiempo.
Henry Miller, Trópico de Capricornio.
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