La ventanilla reventada, la puerta doblada, el rediocasette robado... Y los cristales, por dentro, pinchando. Así que hoy toca: la historia de mi carro.
Los extraños sucesos acaecidos con respecto a mi coche, son, como no, un purito reflejo del desarrollo vital de este ser que escribe. Ya lo conté por acá, pero hoy lo hago con más datos: Fue hace dos años cuando me propusieron un formidable trabajo. Era en WALCA, allá al ladito de Huesca, así que tenía la necesidad imperiosa de hacerme con un car. El puesto, cojonutto: administrador de una página Web. Así que empecé la búsqueda de un automóvil que me llevase hasta el currelere rumbero. Al final, lo encontré: Un fenomenal y maquinero Peugeot 306. Pues bien, el trabajo comenzaba el Lunes, día en que quedaba con “mi jefe” para ir hasta allá y ver la oficina donde pasaría, como mínimo, mis siete siguientes meses. Así que el Viernes (ya no podía demorar más su compra), fui al taller, lo cogí, lo pagué… y me fui a buscar a Javi, quien tenía que trasladar no sé que obras.
Para aparcar estaba chungo, así que lo dejé en la chimenea, ya que habíamos quedado al ladito con la Conchi. Puente de Santiago. Llamada al celular de “mi jefe”. Será para quedar ya a alguna hora, pense yo…
-“Christian, tengo malas noticias… No te podemos dar el puesto de trabajo”
-“¿Qué? ¿Cómo? Pero si me acabo de comprar un coche…”
-“Vaya, lo siento. Ya sabes que eras el elegido para el puesto, pero la beca de la U.E. no nos la han concedido todavía y…”
Nada, que el tipo se había apresurado, y yo me quedaba sin un chavo en la cuenta, con un coche que no necesitaba y con el culo al aire. Ala ¿Y que coño hago ahora yo con mi coche? Pues nada, aquí se quedará, porque si lo vendo seguro que me llaman para un curro que necesite el car. Así que el coche permaneció parado muuuucho tiempo.
Llegó el día de pasar la ITV. –“Conchi, tía, llévalo tú, que yo te acompaño, que hace tres años que no cojo un coche” (a excepción del día de la compra de éste). Obviamente, no arranca, como es lógico. No tiene na’ de batería el pincheputa. Así que, con las pinzas de Ramón, lo arrancamos y decidimos dar un rulo de más de media hora. Tras casi cuarenta minutos, paramos en una gasolinera para tanquear el súper coche de la muerte. Echamos la gasofa y… ¡No arranca! Afortunadamente una quilla (a quien casualmente conocía), nos deja poner las pinzas en su batería y podemos ponerlo en marcha. Temblores, un ruido infernal… ¿Qué coño pasa ahora? Pues nada, vamos al taller que hay allá. ¡La puta rueda! ¡Pinchada! ¡No jodas, hueputa! Pues nada, a cambiar la rueda. Y de nuevo, pincitas a la batería.
-“Perdona, ¿si damos un rulo de unos cuarenta minutos arrancará luego?” –Pregunto al amable mecanico del swing.
-“Sí, sin problema”
-“¿Seguro? ¿Estás seguro?”
-“Sí, sí, arrancaréis sin problema”
Rulo de cuarenta minutos. Estamos enfrente de la ITV. Decidimos para el motor y ver si de verdad se pone en marcha, ya que no nos apetece que nos pueda dejar tirados en medio de la ITV. Apaga el automóvil y… ¡Estamos chingados! ¡No, no arranca! ¡No puede ser! Ala, a poner las pinzas otra vez… De nuevo, al mismo taller. Compro una batería, así que supongo que ya no nos dará más problemas. Y, efectivamente, pasamos la ITV a la primera. Nada, pasar la ITV sólo ha supuesto casi dos horas de rulos por la carretera, poner gasolina, cambiar una rueda pinchada no sé sabe dónde, “enchufar” la batería cuatro veces, comprar una nueva… Vamos, seis horas desde que llegamos al coche en casa de la mía mamma hasta que pasamos la ITV ¡Bien! Así me gustan las cosas, sencillitas… Claro, por supuesto, al trabajo llegué tarde.
Bien, después de este cúmulo de despropósitos, mi inexistente tiempo libre, así como la ubicación de la escuela y de mi casa, hacían que yo no pudiera coger el coche ni un puto día. Menos mal que la Conchi sí podía hacer uso y la batería no volvería a descargarse.
La puerta doblada el día que marchábamos a Biescas y mi primer viaje con el coche ya quedaron reflejados por alguna parte de esta absurda Bitácora. Así que, para que volver a contar esas desventuras vividas…
Dos años más tarde de su compra, por fin iba a hacer uso del car. ¡Ya era hora! El Jueves empecé mi nuevo curro: Animador de la Casa de Juventud de Peñaflor, barrio que como todos/as sabéis está a unos doce kilómetros de Zaraguaya. Así que, por fin, iba a darle un uso a mi bólido súper sónico. El Jueves, felizmente y con el reggae sonando a todo trapo, mi pequeño coche y yo hicimos el recorrido sin ningún acontecimiento extraño. Mas, la fortuna volvía a hacerme una mala jugada y el Viernes volvía a desencadenarse una nueva fatalidad. Puerta doblada, cristal roto, radiocasette robado… De nuevo a denunciar, y el cochecito al taller. Así que, justo en el momento que tengo que usarlo, me quedo sin él ¡Hay que joderse, pincheputas! No, lo mío no es normal…
Pero eso no es todo… Ayer me voy de propio a cargar mi tarjeta para el autobús y ¡tachán! La puñetera máquina estropeada. Ala, a pagar con calderilla… ¡No podía haberse estropeado otro día la jodía!
Esta es la historia de mi coche, un pequeño fragmento y ejemplo de cómo es la historia de mi vida. Una tras otra, una tras otra… así, girando, sin parar, sin descanso. La vida que gira, se retuerce, se arremolina en un endiablado movimiento y yo, allí, en medio, resistiendo y riendo. Bueno, y bailando ese ritmo sabrosón que sonó en el malecón.
Fin
3 comentarios:
bueno... ya sabes lo que te dije el otro dia "somos tal para cual"... pero tomo nota con eso de resistiendo y riendo.
Ahhhh por favor!!!! es posible que te pase todo esto con el coche...??? no quiero que te lo tomes a mal pero pienso que todo esto por lo menos tiene un puntito positivo, y es que, así contado, por lo menos te saca una sonrisa... de verdad que me imagino a tu coche con ojos tipo CARS y poniendo cara de resignación...
bloc-era, la verdad es que esta chingalada de vida nos da mal, mucho mal, de ahí que hay que resistir y reír, que si no... ¡Aunque , a veces, cueste!
Carmeneta, ¿Cómo me lo voy a tomar a mal? Si saca una sonrisa, con eso, bien podrían pasarme muchas más cosas extrañas y así contarlas entre risas y locura.
Besicos, quillitas
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