miércoles, 28 de abril de 2010

Estereotipos - Prejuicios - Discriminación

Teníamos una jornada con SOS Racismo en Mosqueruela. Con los/as niños/as íbamos a trabajar, sobre todo, migraciones y desigualdades. Con las familias, la visión de sus hijos sobre la convivencia con los/as inmigrantes y, con ello, los estereotipos. Por la tarde, mientras hablaba Patricia, supe que iba a hacer esta entrada.

El día anterior, estábamos de camino hacia Morella. Pasado ya Alcañiz, en la entrada de un pueblo no muy lejano de nuestro destino, divisamos una pareja de la Guardia Civil. Uno de ellos, levantó el brazo y nos indicó que parásemos en un lateral de la calzada. Obviamente, nos pidió la documentación.

Acá, se daba el primer estereotipo: A cuatro jóvenes, dentro de un coche que suelen llevar los "maquineros", hay que pararlos. Pero, por desgracia, no fue el primero.

Hasta aquí, pues bueno, que se le va a hacer, están cumpliendo su trabajo. Tienen que parar coches, pedir documentación, revisarla... y, obviamente, no se les puede recriminar más allá de que se dejen guiar por esos estereotipos que tienen insertos en sus cabezas. No obstante, hay algo que me exaspera en estos casos: la chulería empleada, la prepotencia, la escasa amabilidad. Y sólo porque llevan un uniforme, sólo porque son los agentes del orden y la seguridad.

Pero ya lo he señalado, por desgracia, no acabó aquí la cosa.

Segundo estereotipo (que fue ratificado por la tarde con las familias): chico, con barba, pulseras de colores y vestimenta informal: o macarra, o fuma porros. Y acá va la jodienda. Ojos clavados en la mía persona, actitud chulesca:

- "¿Es esa su mochila?"

- "Sí."

- "Cójala y salga del coche".


Descendí y comencé a vaciar la mochila, enseñando todos y cada uno de los bolsillos, no sólo de ésta, sino de cada una de las cosas que llevaba: de la cámara de fotos, del neceser, del monedero, etc.

Al terminar, volví a guardar mis enseres. Pensé en quién sería el/la siguiente. Me equivoqué. No había nadie más. Sólo a mí, el de las barbas, el de las pulseras, el que seguramente llevaba porrillos entre sus cosas.

Veamos, pues. Del estereotipo mencionado, pasamos al prejuicio y, por tanto, a una actitud para nada correcta de altanería hacia la mía persona. Lo lamentable es que no acabe en este punto. Del prejuicio, pasamos a la discriminación, puesto que sólo fui yo el registrado, al que le hicieron la distinción, al que le hacen una diferenciación injusta. Una vez más...

La pena es que esto lo hagan las fuerzas del orden público. ¡Ays!

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