Durante toda mi vida no pude ver cómo rompían las olas del mar. Concebía a éste como algo lleno se harmonía, incluso estando encabritado, con un sinfín de olas que, con más o menos fuerza, componían una bella danza en toda su extensión. Pero, esta harmonía, al llegar a la costa, al romper las olas contra la arena, las rocas, la Tierra, se convertía en caos. Esta visión me provocaba una gran sensación de inestabilidad, de pérdida, y me palpitaba el corazón.
Hace casi dos años fui a Cantabria y pude mirar al mar. Observé cómo se fragmentaban las olas y rompí a llorar. Después de dos meses, ya podía mirar al mar, como llegaba a la costa y salpicaba nuestros cuerpos con toda su furia, con su fuerte palpitar.
Muchas veces me pregunto por qué nos comportamos como el mar, por qué teniendo esa harmonía nos empeñamos en convertirla en caos.
Hoy, de nuevo, no puedo mirar el mar.
Hace casi dos años fui a Cantabria y pude mirar al mar. Observé cómo se fragmentaban las olas y rompí a llorar. Después de dos meses, ya podía mirar al mar, como llegaba a la costa y salpicaba nuestros cuerpos con toda su furia, con su fuerte palpitar.
Muchas veces me pregunto por qué nos comportamos como el mar, por qué teniendo esa harmonía nos empeñamos en convertirla en caos.
Hoy, de nuevo, no puedo mirar el mar.
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