Como suele ser costumbre, el plan original no podía hacerse. La ascensión al Taillón quedaba relegada para otra ocasión puesto que el refugio de marras estaba ocupadísimo de la muerte. Así que, casualidades de la vida, un recorte de periódico tomado una noche que cené en la Birosta con Cuco y Belén, nos proporcionó un nuevo destino: Gabardito.
Hacía un poco más de año y medio que no pisaba esas tierras de Hecho. Fue el momento de descubrir que Puente de la Reina es el pueblo más feo del mundo mundial, de revelar que existía un pueblo llamado Jamiroquai (Javierregay), de comprender que, definitivamente, debía de dejar el trabajo en que me encontraba (y no por estar mal, sino porque no me dejaba tener la vida que yo quería). Y, este fin de semana, estaba yo otra vez por allá. Era un viaje muy distinto, un desplazamiento que nos llevaría de Gabardito a Lizara para llevar a cabo una travesía de dos días.
Bea, Josepo, Lucho y yo en el Refugio de Gabardito
La llegada fue tardía: casi las diez de la noche, mas dentro de una hora prudencial. La cena, rápida, precedía la temprana marcha a la cama. Había que madrugar: el desayuno era a las siete, y el inicio de la primera etapa tenía que ser a primeras horas de la mañana.
Amanecía nublado. El cielo enseguida dejó caer unas gotas que, afortunadamente, no nos llevaron al desánimo (al menos a mí). Desayunados y preparados, comenzamos una marcha que pronto tuvimos que detener, pues la lluvia empezaba a mojar nuestro cuerpo y nuestras ilusiones: el ascenso al Bisaurín empezaba a desvanecerse de nuestro pensamiento. Chubasqueros, ponchos, fundas para la mochila… guarnecían de la lluvia a nuestras vestimentas y, sobre todo, al material que llevábamos. Afortunadamente, el Sol volvió a brillar por detrás de las nubes y la lluvia no volvió a hacer acto de presencia.
Ascendiendo hacia el Collado de lo Foratón. ¡Esa Bea!
La caminata era lenta. Bea no estaba en sus mejores momentos y le flaqueaban las fuerzas. El miedo a las vacas la atenazaba y el cansancio empezaba a apoderarse poco a poco de ella. Así, los tres íbamos dirección al Bisaurín, primer objetivo de nuestra etapa. A la hora y media, parada técnica. Aquí, tras los sobaos y el trago de agua, decido que seguiré a mi ritmo, así que cojo el turbo y comienzo a ascender rápido hacia el Collado de lo Foratón. Enseguida llego, así que he de atacar solo la subida al Pico. La pendiente es pronunciada, pero estoy con fuerzas. A mitad, cojo a dos quillos, y uno de ellos se une a mi ritmo. Hablamos mientras subimos y, juntos, llegamos al pico. Allí firmo en el “libro de visitas” y, al rato, llega su amigo. Seguidamente, una quillita que inició el ascenso a la vez que yo, y me hago las fotos con Lucho. Espero y espero… y éstos que no llegan. Aparece una pareja. Les pregunto: - “¿Habéis pasado a una pareja?”. – “No”, responden al unísono. ¡Merde! Así que decido empezar a bajar.
Luchito y yo en el Pico del Bisaurín. Hacía fresquete allá arriba...
A mitad de descenso… ¡Josepo!: - “Sube conmigo, si no te importa, otra vez”. – “Venga, te acompaño”. Y subo por segunda vez el Bisaurín.
El Castiello d'Acher desde el Bisaurín. Los colores son bonitos del carajo
Allá, dos quillos. Hablamos con ellos, nos dan una oliva (se me antojó, que le vamos a hacer), y hablamos del placer de beber una cerveza bien fría al llegar al destino. Bueno, me estoy congelando. Vamos para abajo. Reincorporamos a Bea y llegamos al Collado de nuevo. Descansito de rigor. Ya sólo queda llegar a Lizara. De nuevo cogeré mi ritmo: caminar rápido y corretear de vez en cuando. En un pis-pas llego al refugio. Al rato, los quillos de la aceituna. Los muy cabrones sacan sus cervezas. –“Cabrones, que me dais envidia”. –“Tómate una con nosotros”. –“No, que si no me tomaré otra con mis compinches e igual me caigo redondo”. Al rato, por fin, llegan Josepo y Bea. La cerveza es una buena recompensa a la caminata del día. Y, por todos los dioses del Universo, aseguro que estaba bien fría.
El refugio de Lizara es como un hotel en el que compartes la habitación con gente. Ducha en la habitación. Limpitos podemos descansar tranquilos ¡Eso es un lujo! Casualidades que dan alegrías: Voy a tender la toalla y, justo, al mirar por la ventana, veo a Pilara. -“Pilar, Pilar”. Chillo. Y bajo corriendo. Allí está, con Pedro. ¡Buah! ¡Que alegría! La ilusión es tremenda y le da más colorido al día. La cena, bien rica: sopa de letras y salchichas. Al rato, conocemos a una francesa que está de travesía transpirenaica con su velocípedo: esa quilla si que vale, carajo… Buenas noches. La habitación queda en silencio. Bea, Josepo, un señor y yo dormiremos mientras la lluvia golpea incesante el tejado que nos protege de las inclemencias del tiempo.
3 comentarios:
¡Por Dis!
En el pico Bisaurín y sin corbata, ay, ay ,ay
:-)
Salu2 Córneos.
Serás...
Jajajaja, cuando voy de senderismo no llevo corbata. Es la excepción, quillín.
Saludetes
Bonjorno, closada.blogspot.com!
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