martes, 24 de agosto de 2010

Zaragoza - Madrid - Mérida

El viaje comenzaba con un pequeño percance.

Agosto. Día 6. 23.00 horas:

Marta se da cuenta de que los billetes de Madrid - Mérida están equivocados. Los nervios ya empiezan a aparecer en mi cuerpecillo rumbero. Hemos de solucionar este pequeño problema antes de la partida. Llamo por teléfono a Renfe: "Los billetes comprados por Internet sólo se pueden cambiar en la estación". ¡Buf! ¡Mierda! ¡Qué nervios!... No puede ser. Navego por la Web y doy con la solución. Introduzco el localizador. Finalmente, los billetes son modificados y, además, me devuelven unos centimicos por la diferencia de tren. "Pues empezamos bien". Pienso...

Trayecto del AVE y del Regional que nos llevará a Mérida. Pueden observar la vuelta que da el segundo ¡horrible!

Agosto. Día 7:


Cogíamos el AVE a las 9.50. Fuimos prontito a la estación para, así, poder disfrutar de la calma y la tranquilidad que otorga saber que no vas a tener que correr para no perder el tren. Al descender las escaleras, al ladito de la vía, diviso a Tomás, mi profi de religión durante mi paso por el instituto. Como no, nos cuenta su nueva batallita. Que si el pueblo, que si el bus, que si el AVE... Observo que sigue igual, tanto en su manera de contar sus aventuretas, como en su proclive hacia el despiste. ¡Es un crack, este cureta!

Viajar en el AVE está genial. En apenas hora y media te plantas en Madrid tan fresquito como las lechugas. El trayecto de Madrid a Mérida, sin embargo, será otro cantar.

Ya sentados, me doy cuenta de que no llevamos mucha agua. Acabamos de comer sentados fuera de la estación y hemos terminado una de las dos botellas de 33 cl que llevábamos. Hago oreja y me entero de que en Villatornado (nombre destinado por mí a Puertollano), seguramente, se hará una parada de unos pocos minutos. Quizás sea esa una oportunidad para bajar corriendo y pillar agua en alguna máquina. ¡Mal! La parada más larga, finalmente, la hace sin previo aviso en Ciudad Real y, obviamente, nos quedamos sin la opción de bajar. A medida que nos vamos acercando a nuestro destino, el agua se va terminando. La insaciable sed empieza a hacer acto de presencia. No queda ni una gota. Y, a nuestro lado, una pareja de abueletes bien preparados (con su neverica y todo), se deleitan frente a nosotros con sus botellas de agua congelada ¡Crueldad absoluta!

Por fin, llegamos. Bajamos del tren y el mazazo de calor nos deja tocados. Es horrible, asfixiante ¡acá no se puede vivir! Y, para colmo, el Hostal El Torero está en la otra punta de la urbe, recién pasado el interminable puente romano. Imagínense: unos 25 minutos caminando, con las mochilas a cuestas y bajo un sofocante calor que nos va dejando sin fuerzas. A eso le llamo yo una llegada triunfal.

Puente romano de Mérida

Menos mal que la cena nos revitalizó y, de esa manera, pudimos disfrutar, por fin, de nuestra presencia en Mérida. Pero, a pesar de haber recuperado energías, a la camita prontito, pues queríamos despertar con fuerza.

3 comentarios:

Bellota dijo...

A pesar de todo ese estres inicial de cuando se empieza un viaje es un subidón increíble!
A mi tb me encantaría ver a los 3 hermanillos estos deben ser la bomba... algún concierto darán en breve.
Beso!

Anónimo dijo...

Crueldad absoluta jejeje...qué gracia me hizo!!!besines matinales.

La chica del Este

closada dijo...

Bellota, si te enteras de concert de los hermanillos rockandrolleros, avisa, que si puedo ¡me apunto!

Chica del Este, éste fue uno de tus primeros encanes del viaje. Luego, vinieron más... Jua, jua, jua, cuántas risas calleron.

Besines de sobremesa