En numerosas ocasiones, me preguntan qué es eso del Boogaloo. Explico, obviamente, que es un tipo de música; pero que, en mi caso, va más allá: es un modo de entender la vida. Bien, para que quede claro cómo carajo comenzó todo, allá va el escrito que redacté hace tiempo sobre mi firme convencimiento de someterme al Boogaloo.
Esta narración, cómo observaréis, es una mezcla entre el aventurero de los Fragel y la majadería total (extraída desde lo más profundo de mi destartalado cerebro). Además, curiosidades de la vida, allá estaba mi querido Pepín, presenciando, sin querer, lo que se convertiría en un acontecimiento mundial, jejeje. Por otro lado, si leéis con atención, descubriréis que también estaba por allá un personaje que luego me encontré en mi periplo cántabro. Y es que la vida gira, tutto gira…
Todo comenzó la tarde de un Domingo; para ser más exacto, la tarde del día 22. Como ya es habitual nos reunimos en el Parque Grande, y nuestras gargantas, demasiado secas, nos piden a gritos ser refrescadas con una rica cervecita en la terracita del Rincón de Goya. Allí nos dirigimos ¿Quiénes estábamos? No lo recuerdo muy bien, mas es posible que a mi vera se encontrasen: Javi, Piteras, César, Estíbaliz y Sandra.
La espera no es larga –cosa extraña-, y las cervezas y alguna coca-cola son depositadas sobre la mesa. La memeces y recuerdos del fin de semana son interrumpidos por una idea: “podríamos ir al Festival de O’buxo, un festival de cine extraño y de terror.” Como es al fin de semana siguiente, ya lo pensaremos.
Jueves. Está decidido, nos vamos al festival. Javi, Sandra y Estíbaliz marchan el Viernes. Piteras y yo –siempre el maldito trabajo-, deberemos partir el Sábado. Plan: subimos en el canfranero con las bicis, nos bajamos en Caldearenas y así podemos desplazarnos con nuestros velocípedos hasta Javierrelatre, nuestro pequeño pueblo de destino.
Javierrelatre. Cuenta la leyenda que este pueblecito es hijo de gigantes. En época en que los gigantes poblaban el mundo, Javierre y Latre se enfrentaban en arduas batallas por ir conquistando las tierras que antaño les pertenecían. Unidos por una estrecha amistad, en una ocasión, lucharon juntos en la más sangrienta batalla de gigantes que se recuerda por estas tierras. Fue tras una dura victoria contra aquellos descomunales galos, en la que ríos inmensos de sangre empezaron a recorrer nuestra geografía –a ello debemos el nacimiento del río Gállego-, que el amor llamó a sus corazones. Decidieron tener un hijo, Javierrelatre. Latre dio a luz en el lugar exacto en que había tenido lugar aquel ya lejano triunfo, y así conmemorar aquella trabajada victoria.
Ya es Sábado y he dormido muy poquitas horas –maldito curro nocturno-. Llega Piteras a mi casa a recoger la bici que le servirá de transporte y, como no, acabamos apresurados y con los nervios de llegar tarde. Bueno, era una falsa alarma. A las 15.15 bajamos al andén y subimos al tren. No puede ser, está lleno de bicicletas; las nuestras, una en el pasillo, la otra en la puerta. Uy, mal presagio, ya se sabe que lo que mal empieza… Y encima comemos y no llevamos agua ¡hay que joderse!
Descendemos del tren en Caldearenas y, por todas las barbas de Santa Pancracia, jolines si es difícil conducir cuesta arriba cuesta abajo con una garrafa de cinco litros de vino. Menos mal que Javi acude en nuestra ayuda. El camino es corto y llegamos en poquito tiempo.
Acampamos… bueno, dejamos las cosas porque las tiendas ya están montadas. Una duchita y la música que empieza a sonar en el reproductor de CD’s de Estíbaliz. Es nuestro primer contacto, en este viaje, con el Boogaloo. Cuando vienen Sandra y Estíbaliz, nos vamos a visualizar el cortometraje del oeste rodado en Pinseque, allá por los 70, Pisando Barro. Sinceramente, fui de propio con la única motivación de ver este corto y pasar un fin de semana lejos de la urbe con compiches del boogaloo.
Ala, para arriba otra vez. Cenamos calentito, unos arroz, otros salchichas, otros cremitas, todos acompañados del calimocho, y bailamos –siempre bailamos-, hasta que se hacen las 24.00. Hay que bajar, pero antes, de camino, saludamos a los avestruces. Esta oscuro y Javi se acerca. Ellas apenas le saludan, sólo un pequeño gesto con las patitas.
No sé que hora es, pero empieza el concierto de Comando Cucaracha, un grupo de “rojillos folkis” que convierte a Javi, Piteras, Sandra y Estíbaliz en auténticos seguidores del baile de San Vito. Yo sólo me arranco cuando hay “rumbita” y son ¿con dulzaina? Termina el concierto y el Boogaloo empieza a fluir por nuestra sangre con más fuerza que nunca.
Entran en escena, procedentes de “Alabastro”, Cristina y “La señorita Borrajas”, quien salvó a los burros de su extinción. Ahora, el Boogaloo empieza a superarnos, se convierte en una aureola insalvable que recorre nuestro cuerpo y queremos compartirlo con la gente. Aconsejamos a Comando Cucaracha que “La jota de Mallén” sea versioneada, en la próxima gira, también como “Boogaloo de Mallén”. Como no saben qué carajo es el Boogaloo, les cantamos para que lo entiendan y puedan viajar con él de camino a su próximo paradero. No sé si en ese momento, o antes o después, decidimos que vamos a organizar una Fiesta de Boogaloo -y después rumba-, en las cercanías de la zona de acampada –dentro no, para no molestar a los dormilones- con el radiocasete de Estíbaliz. Obviamente Cristina y “La señorita Borrajas” son invitadas. Aquí da comienzo la expansión del Boogaloo por toda la galaxia.
Vamos hacia la zona de acampada; sin embargo, suena música en el bar: “María Caipirinha”. Ala pues, hay que introducirse a bailar y beber unas cervezas. Dentro hay un tipo con patillas que no ve “ni tres en un burro”, también está Jorge Nebra, acude asimismo “el fiestero guayabero”, y vemos a la “Señorita Borrajas”, a Cristina, a una indie de gafas de pasta, a un ser que parece jonky… Y es como si todos nos conociésemos. Al minuto, ya no tengo al lado a nadie. Sandra está con Jorge; Piteras, acompañado de una muchacha alta y delgada, está en la otra esquina del bar; Estíbaliz habla con el “fiestero guayabero”; Javi baila y habla con no sé quien y yo, como un pequeño colibrí, me muevo de lado a lado: hablo con todo ser que pase a mi vera, y me muevo, y bailo, y me pido un mojito y pedimos a “fiestero guayabero” que nos haga una foto a Cristina y a mi: “todo sea por el mojito y el Boogaloo”. Todos hablamos entre todos, todos compartimos nuestras cervezas, todos compartimos nuestros porros, todos bailamos con todos, o tal vez solos… somos una grandísima comunidad de amiguetes desconocidos que, incapaces de deshacerse de un extraño embrujo, nos comportamos como si nos conociésemos de toda la vida.
Ha sonado “María Caipirinha” cinco veces y el Fran Perea unas seis, o quizás más. Buf, creemos que ya es hora de marchar a la Fiesta del Boogaloo. Ah, pero antes hemos de invitar a todo el mundo a que se pase por ella. Nadie lo ha escuchado nunca y les cantamos con su ritmo sabrosón para que sepan que el Boogaloo no es ninguna tontería. Parece ser que la gente está dispuesta a ir a nuestra fiesta, pero lo harán más tarde. Obviamente, dudo mucho que alguien se acerque por allí.
Hola avestruces, el Javi quiere enseñaros sus posaderas. Las fotos fragmentadas hacen estragos en mi alocada cabeza. Todo es oscuro hasta que la luz emerge de la cámara y obtiene algún color, alguna parte del cuerpo de Javi, de Sandra, de Estíbaliz, de Piteras e, incluso, del mío.
Radiocasete, una pradera, tres chalados –Javi, Estíbaliz y yo- y Dusminguet sonando con sus cumbias y sus rumbitas. Piteras y Sandra están por ahí, por la zona de acampada. Ya está bien, ya es la ¡Hora del Boogaloo! Salimos y nos ponemos en la entrada de la zona de acampada, justo al otro lado de la calle donde terminan las escaleras que conducen a esa explanada receptora de multicolores tiendas. Enchufamos el Boogaloo y, justo, aparecen Cristina y su compinche salvadora de los burros. Ya somos más y el Boogaloo nos vuelve locos. Aparece Piteras, o parte de lo que queda de él –va más borracho de la cuenta-. Y no se a que ritmo, empieza a llegar la gente: la muchacha alta y delgada, la indie con gafas de pasta, el primo vomitón de no sé quien, el jonky, Jorge, Juan… y se quedan por allí, sentados algunos en las escaleras, de pie otros. Alguien nombra a Fellini: parece una película coral, y a mi me viene Roma a la cabeza. Fellini, Boogaloo, noche iluminada por la hermosa luna, y un mojito que según Javi es Ajax Pino.
La mierda. La mierda la expulsamos en alguna ocasión hacia arriba y la pusimos en órbita, y gira y gira y gira… y nunca cae.
El Ajax Pino. Un día lo lanzamos también hacia arriba y lo pusimos en órbita, y gira y gira y gira… y no se para.
El Ajax Pino nos limpia y, además, forma una capa de compensación con la mierda. Pero, esta capa es dual y no me gusta. Así que le ponemos un agujero, una oquedad por donde entra una capa de la relatividad que rompa la de compensación y su dualidad de extremos, y nos regale una amplia gama de grises. Por esta capa de la relatividad, por aquel recién abierto agujerito viene a visitarnos Jesús Puente –por cierto, lleva alas- y quiere que comprendamos el secreto de nuestra media naranja.
La media naranja. La naranja entera es nuestro corazón. Éste se divide en dos mitades: una que nos hace vivir, la que bombea la sangre; y la otra, la llamada media naranja, donde se aloja el Boogaloo. Ésta otra mitad es la que nos hace sentir, la que nos permite amar, la que nos permite reír y llorar: esa es la fuerza del Boogaloo.
Una niña de papa se acerca al radiocasete y sin pedir permiso pone Melendi. Aquí compartimos todo, ya se sabe, pero con respeto. Sólo quedamos Javi y yo, así que cogemos el aparato musical y decidimos irnos a dormir. Piteras duerme la mona hace rato, Estíbaliz parece que tampoco llevaba muy buen cuerpo y Sandra desapareció al llevarse a dormir a Piteras. Cristina y “Borrajitas” también habían marchado a descansar y, la verdad, ya no sé quien demonios quedaba en nuestra plazuela felliniana. Subimos las escaleras, esas escaleras creadoras de un extraño embrujo. Pasamos el portal que une esos dos mundos en que hemos habitado durante el fin de semana. Lo que pasa después de subir las escaleras no le importa a nadie, sólo a aquellos que decidimos que las estrellas nos bañen con su calurosa dulzura, con su suave luz, con su cariñoso abrazo de astro protector. Estrellas que, observadoras de todo acontecimiento, guardan para ellas las inconfesables razones por las que algunos amanecimos bajo los rayos del Sol.
Ya es Domingo, día de regreso. Yo no quiero, se está muy bien allí. Desayuno, ducha, migas, pliegues de tiendas, y tristes despedidas que saben a poco. Llevados por la “energía satánica”, las bicis nos transportan a Caldearenas. Dos horas allí tirados nos van devolviendo poco a poco a la realidad y el tren se acerca, poco a poco, aumentando su tamaño a medida que se aproxima a la estación.
Esta narración, cómo observaréis, es una mezcla entre el aventurero de los Fragel y la majadería total (extraída desde lo más profundo de mi destartalado cerebro). Además, curiosidades de la vida, allá estaba mi querido Pepín, presenciando, sin querer, lo que se convertiría en un acontecimiento mundial, jejeje. Por otro lado, si leéis con atención, descubriréis que también estaba por allá un personaje que luego me encontré en mi periplo cántabro. Y es que la vida gira, tutto gira…
Todo comenzó la tarde de un Domingo; para ser más exacto, la tarde del día 22. Como ya es habitual nos reunimos en el Parque Grande, y nuestras gargantas, demasiado secas, nos piden a gritos ser refrescadas con una rica cervecita en la terracita del Rincón de Goya. Allí nos dirigimos ¿Quiénes estábamos? No lo recuerdo muy bien, mas es posible que a mi vera se encontrasen: Javi, Piteras, César, Estíbaliz y Sandra.
La espera no es larga –cosa extraña-, y las cervezas y alguna coca-cola son depositadas sobre la mesa. La memeces y recuerdos del fin de semana son interrumpidos por una idea: “podríamos ir al Festival de O’buxo, un festival de cine extraño y de terror.” Como es al fin de semana siguiente, ya lo pensaremos.
Jueves. Está decidido, nos vamos al festival. Javi, Sandra y Estíbaliz marchan el Viernes. Piteras y yo –siempre el maldito trabajo-, deberemos partir el Sábado. Plan: subimos en el canfranero con las bicis, nos bajamos en Caldearenas y así podemos desplazarnos con nuestros velocípedos hasta Javierrelatre, nuestro pequeño pueblo de destino.
Javierrelatre. Cuenta la leyenda que este pueblecito es hijo de gigantes. En época en que los gigantes poblaban el mundo, Javierre y Latre se enfrentaban en arduas batallas por ir conquistando las tierras que antaño les pertenecían. Unidos por una estrecha amistad, en una ocasión, lucharon juntos en la más sangrienta batalla de gigantes que se recuerda por estas tierras. Fue tras una dura victoria contra aquellos descomunales galos, en la que ríos inmensos de sangre empezaron a recorrer nuestra geografía –a ello debemos el nacimiento del río Gállego-, que el amor llamó a sus corazones. Decidieron tener un hijo, Javierrelatre. Latre dio a luz en el lugar exacto en que había tenido lugar aquel ya lejano triunfo, y así conmemorar aquella trabajada victoria.
Ya es Sábado y he dormido muy poquitas horas –maldito curro nocturno-. Llega Piteras a mi casa a recoger la bici que le servirá de transporte y, como no, acabamos apresurados y con los nervios de llegar tarde. Bueno, era una falsa alarma. A las 15.15 bajamos al andén y subimos al tren. No puede ser, está lleno de bicicletas; las nuestras, una en el pasillo, la otra en la puerta. Uy, mal presagio, ya se sabe que lo que mal empieza… Y encima comemos y no llevamos agua ¡hay que joderse!
Descendemos del tren en Caldearenas y, por todas las barbas de Santa Pancracia, jolines si es difícil conducir cuesta arriba cuesta abajo con una garrafa de cinco litros de vino. Menos mal que Javi acude en nuestra ayuda. El camino es corto y llegamos en poquito tiempo.
Acampamos… bueno, dejamos las cosas porque las tiendas ya están montadas. Una duchita y la música que empieza a sonar en el reproductor de CD’s de Estíbaliz. Es nuestro primer contacto, en este viaje, con el Boogaloo. Cuando vienen Sandra y Estíbaliz, nos vamos a visualizar el cortometraje del oeste rodado en Pinseque, allá por los 70, Pisando Barro. Sinceramente, fui de propio con la única motivación de ver este corto y pasar un fin de semana lejos de la urbe con compiches del boogaloo.
Ala, para arriba otra vez. Cenamos calentito, unos arroz, otros salchichas, otros cremitas, todos acompañados del calimocho, y bailamos –siempre bailamos-, hasta que se hacen las 24.00. Hay que bajar, pero antes, de camino, saludamos a los avestruces. Esta oscuro y Javi se acerca. Ellas apenas le saludan, sólo un pequeño gesto con las patitas.
No sé que hora es, pero empieza el concierto de Comando Cucaracha, un grupo de “rojillos folkis” que convierte a Javi, Piteras, Sandra y Estíbaliz en auténticos seguidores del baile de San Vito. Yo sólo me arranco cuando hay “rumbita” y son ¿con dulzaina? Termina el concierto y el Boogaloo empieza a fluir por nuestra sangre con más fuerza que nunca.
Entran en escena, procedentes de “Alabastro”, Cristina y “La señorita Borrajas”, quien salvó a los burros de su extinción. Ahora, el Boogaloo empieza a superarnos, se convierte en una aureola insalvable que recorre nuestro cuerpo y queremos compartirlo con la gente. Aconsejamos a Comando Cucaracha que “La jota de Mallén” sea versioneada, en la próxima gira, también como “Boogaloo de Mallén”. Como no saben qué carajo es el Boogaloo, les cantamos para que lo entiendan y puedan viajar con él de camino a su próximo paradero. No sé si en ese momento, o antes o después, decidimos que vamos a organizar una Fiesta de Boogaloo -y después rumba-, en las cercanías de la zona de acampada –dentro no, para no molestar a los dormilones- con el radiocasete de Estíbaliz. Obviamente Cristina y “La señorita Borrajas” son invitadas. Aquí da comienzo la expansión del Boogaloo por toda la galaxia.
Vamos hacia la zona de acampada; sin embargo, suena música en el bar: “María Caipirinha”. Ala pues, hay que introducirse a bailar y beber unas cervezas. Dentro hay un tipo con patillas que no ve “ni tres en un burro”, también está Jorge Nebra, acude asimismo “el fiestero guayabero”, y vemos a la “Señorita Borrajas”, a Cristina, a una indie de gafas de pasta, a un ser que parece jonky… Y es como si todos nos conociésemos. Al minuto, ya no tengo al lado a nadie. Sandra está con Jorge; Piteras, acompañado de una muchacha alta y delgada, está en la otra esquina del bar; Estíbaliz habla con el “fiestero guayabero”; Javi baila y habla con no sé quien y yo, como un pequeño colibrí, me muevo de lado a lado: hablo con todo ser que pase a mi vera, y me muevo, y bailo, y me pido un mojito y pedimos a “fiestero guayabero” que nos haga una foto a Cristina y a mi: “todo sea por el mojito y el Boogaloo”. Todos hablamos entre todos, todos compartimos nuestras cervezas, todos compartimos nuestros porros, todos bailamos con todos, o tal vez solos… somos una grandísima comunidad de amiguetes desconocidos que, incapaces de deshacerse de un extraño embrujo, nos comportamos como si nos conociésemos de toda la vida.
Ha sonado “María Caipirinha” cinco veces y el Fran Perea unas seis, o quizás más. Buf, creemos que ya es hora de marchar a la Fiesta del Boogaloo. Ah, pero antes hemos de invitar a todo el mundo a que se pase por ella. Nadie lo ha escuchado nunca y les cantamos con su ritmo sabrosón para que sepan que el Boogaloo no es ninguna tontería. Parece ser que la gente está dispuesta a ir a nuestra fiesta, pero lo harán más tarde. Obviamente, dudo mucho que alguien se acerque por allí.
Hola avestruces, el Javi quiere enseñaros sus posaderas. Las fotos fragmentadas hacen estragos en mi alocada cabeza. Todo es oscuro hasta que la luz emerge de la cámara y obtiene algún color, alguna parte del cuerpo de Javi, de Sandra, de Estíbaliz, de Piteras e, incluso, del mío.
Radiocasete, una pradera, tres chalados –Javi, Estíbaliz y yo- y Dusminguet sonando con sus cumbias y sus rumbitas. Piteras y Sandra están por ahí, por la zona de acampada. Ya está bien, ya es la ¡Hora del Boogaloo! Salimos y nos ponemos en la entrada de la zona de acampada, justo al otro lado de la calle donde terminan las escaleras que conducen a esa explanada receptora de multicolores tiendas. Enchufamos el Boogaloo y, justo, aparecen Cristina y su compinche salvadora de los burros. Ya somos más y el Boogaloo nos vuelve locos. Aparece Piteras, o parte de lo que queda de él –va más borracho de la cuenta-. Y no se a que ritmo, empieza a llegar la gente: la muchacha alta y delgada, la indie con gafas de pasta, el primo vomitón de no sé quien, el jonky, Jorge, Juan… y se quedan por allí, sentados algunos en las escaleras, de pie otros. Alguien nombra a Fellini: parece una película coral, y a mi me viene Roma a la cabeza. Fellini, Boogaloo, noche iluminada por la hermosa luna, y un mojito que según Javi es Ajax Pino.
La mierda. La mierda la expulsamos en alguna ocasión hacia arriba y la pusimos en órbita, y gira y gira y gira… y nunca cae.
El Ajax Pino. Un día lo lanzamos también hacia arriba y lo pusimos en órbita, y gira y gira y gira… y no se para.
El Ajax Pino nos limpia y, además, forma una capa de compensación con la mierda. Pero, esta capa es dual y no me gusta. Así que le ponemos un agujero, una oquedad por donde entra una capa de la relatividad que rompa la de compensación y su dualidad de extremos, y nos regale una amplia gama de grises. Por esta capa de la relatividad, por aquel recién abierto agujerito viene a visitarnos Jesús Puente –por cierto, lleva alas- y quiere que comprendamos el secreto de nuestra media naranja.
La media naranja. La naranja entera es nuestro corazón. Éste se divide en dos mitades: una que nos hace vivir, la que bombea la sangre; y la otra, la llamada media naranja, donde se aloja el Boogaloo. Ésta otra mitad es la que nos hace sentir, la que nos permite amar, la que nos permite reír y llorar: esa es la fuerza del Boogaloo.
Una niña de papa se acerca al radiocasete y sin pedir permiso pone Melendi. Aquí compartimos todo, ya se sabe, pero con respeto. Sólo quedamos Javi y yo, así que cogemos el aparato musical y decidimos irnos a dormir. Piteras duerme la mona hace rato, Estíbaliz parece que tampoco llevaba muy buen cuerpo y Sandra desapareció al llevarse a dormir a Piteras. Cristina y “Borrajitas” también habían marchado a descansar y, la verdad, ya no sé quien demonios quedaba en nuestra plazuela felliniana. Subimos las escaleras, esas escaleras creadoras de un extraño embrujo. Pasamos el portal que une esos dos mundos en que hemos habitado durante el fin de semana. Lo que pasa después de subir las escaleras no le importa a nadie, sólo a aquellos que decidimos que las estrellas nos bañen con su calurosa dulzura, con su suave luz, con su cariñoso abrazo de astro protector. Estrellas que, observadoras de todo acontecimiento, guardan para ellas las inconfesables razones por las que algunos amanecimos bajo los rayos del Sol.
Ya es Domingo, día de regreso. Yo no quiero, se está muy bien allí. Desayuno, ducha, migas, pliegues de tiendas, y tristes despedidas que saben a poco. Llevados por la “energía satánica”, las bicis nos transportan a Caldearenas. Dos horas allí tirados nos van devolviendo poco a poco a la realidad y el tren se acerca, poco a poco, aumentando su tamaño a medida que se aproxima a la estación.
¿He dicho realidad? Creo que O’buxo fue más real, creo que el Boogaloo fue más real, creo que la energía satánica fue más real.
3 comentarios:
Pibe pero que pedazo fiesta, no, yo quiero ir a Javierelatre, apuntalo a todas las escapadas de este año.
Toi un poco mareado pero si no he entendido mal el Boogaloo nació de mezclar una cassette de Dusminguet y los Pirineos.
Por eso nunca había sufrido esa extraña enfermedad: Nunca he estado en los Pirineos acompañado por el ritmo de los de La Garriga.
Salu2 Coorneoos :-)
Cuco, si podemos, este año nos acercamos por allá. El año pasado mi intención era esa, mas no pude a última hora: lo descarté por mis andanzas solitarias por la montaña, que me hacía falta. De todas maneras, un festival así, como el de ese año, es difícil de repetir, jejejeje...
Besitos
Javier. El Boogaloo nació hace muchos años, pero, muchos, muchos... Veo que sí que te has mareado, sí ;-) Eso sí, estar en los Pirineos y escuchar a Dusminguet es genial, y más si quieres enganchar a la gente para una fiesta de Boogaloo.
Si no se tuerce la cosa, el último finde marcho a Benicassim a ver a la Troba Kung-Fu (entre otros), en ese pedazo ¡VIÑAROCK!
Saludos boogaleros
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