Bueno, quillos/as, este finde ha sido la mar de extraño. Curioso, divertido, especial, y es que encontré un oasis en medio de mi inmenso desierto. Un oasis pequeñito, con un charquito y una palmera; pero, lo suficiente como para olvidarme de los espejismos que acechaban en el horizonte. Espejismos, esos engaños visuales que te hacen creer ver el agüita, la vegetación, los nómadas ofreciéndote su hospitalidad… Pero, espejismos al fin y al cabo.
El plan para este fin de semana era marchar a la urbanización Lago Barasona, muy cerquita de Graus, para celebrar el cumpleaños de Cristina. En realidad es un pantano, pero se puede hacer como la cantante de Amaral y demostrar su incultura llamando laguito a Lanuza, incluso después de que el público le increpe y le grite que es pantano.
Cristina: Nos conocimos ya hace ¿dos años y medio? No sé, el tiempo se desvanece en mi cabeza y me resulta casi imposible acertar el año que pasó todo. Fue en Javierrelatre, en ese “festival del Boogaloo” que algunos ya conocéis. La verdad es que nos caímos guachis y (recuerdo a “Piteras” en diagonal ocupando toda la tienda de campaña en que yo dormía), decidimos coger cada uno su saco para dormir bajo las estrellas. Ella marchaba a la France y, yo pensé que eso nos haría perder el contacto. Al fin y al cabo éramos unos recién conocidos. Sin embargo, iniciamos una correspondencia de “correos eléctricos” que nos llevó, no sólo a ir conociéndonos más y más, sino a vernos cuando ella venía por estas tierras. Poco a poco fui ganando una compinche de las buenas. Ahora, es como mi hada madrina que digo yo: siempre está allí, en el momento preciso, para ofrecerme un pequeño oasis. No te imaginas, quilla, lo bien que me vino el barranco y Lérida. No te imaginas, quilla, lo bien que me vino saber que tenía una buena amiga con quien poder contar.
En un principio, como iba contando, tenía planeado asistir, sin ninguna duda, a su cumpleaños. Anda que no me hacía ilusión. Iría ya el Viernes para desconectar y disfrutar todo el fin de semana. Pero, claro, mi vida, hay mi vida… El trabajo, volvía a truncar mis sueños e ilusiones. Le mandé un mensaje: no podía ir. Habrá fotos cuando estén en mi poder, lo prometo.
Sábado, 16.30 horas. Estoy en el curro y me dice el encargado: “Christian, esta noche no vengas, que el Martes hay presentación de platos y como no sé las horas que durará…” “¿Seguro?” Le pregunto. “Sí, no vengas esta noche”. Salgo del curro, no tengo el móvil, desgraciadamente está en casa. Camino a la velocidad del rayo. De camino, una quilla, sordomuda ella, con un papel. Me paro, firmo, doy un donativo (yo que no tengo un chavo), y sigo correteando hacia mi casa. Llamo a Cristina. “Tía, que puedo ir”. “Qué ilusión, que guais”. Y tras unos intentos y unas gestiones, lo conseguimos: He de marchar a Huesca y de ahí (jugaba Goñi un partido de balonmano), me llevarán a la urbanización de la casa de Cristina.
Voy a la estación y pido el primer billete para Huesca. Es a las 19.30 y, como soy así, lo pillo sin pensar. Joder, pero si hasta las 21.30 pasadas no quedaré con Alba y Goñi… Pues, olé, mi cabeza que es un hervidero me dice: llama a Carmencita y así os tomáis algo.
Carmencita: es una quilla de mi clase a la que le tengo un montonsito de cariño. Nos conocimos ya el año pasado, y nos fuimos haciendo compinches. Me encanta, porque siempre estamos bromeando con chorradillas y, además, ya empezamos a contarnos nuestras cosillas. ¡Esa Carmencita, olé! A ver que día nos vamos a rumbear, sea por Huesca, sea por Zaraguaya, que nos lo pasaremos genial.
Efectivamente, ya tengo plan. Y de paso, vemos a Vero que trabaja en un bar. Gracias por las cañitas y las olivas, quilla. Ah, Vero es también de mi clase, y este año la voy conociendo un poquito más. Está guachis también, porque se nota que es muy majeta.
“Iré en un Toyota negro” “Pues yo llevo una chaqueta marrón y una gorra negra”. “Nos reconoceremos seguro”. Alba y Goñi me recogen. Son los primeros que conozco. De hecho, sólo conozco a Cristina y a Virginia, “la señorita borrajas” del festival anteriormente mencionado. Iba a ir el Viernes, pero llego el Sábado casi a las 23.00 horas. Que más da, estoy allí, celebrando el cumpleaños con Cristina. De regalo, el nuevo disco de Macaco y un libro de Mishima: La perla y otros cuentos. Dos auténticas joyas. De regalo: un abrazo y la ilusión de compartir ese día con ella.
Hay mucha gente. Está guachis, porque enseguida se presentan todos/as. Jejejé, nos reciben con la cena recién hecha: costillitas a la brasa, yuuuuum. La fiesta ha comenzado y, con ella, mi alocada cabeza empieza a dar vueltas. A mi lado, Yoel (o como carajo se escriba), que es con quien primero cojo confianza y me echo unas risas, y Laya y Ona (¿Se escribirán así sus nombres?) En un momento de la noche algo me dice que he de hablar más con ellas. Y aquí empieza el sinsentido total. Lo primero, mi acertada frase: “¿Así que sois italianas?” Me miran extrañadas: “No, somos de aquí” “No, no puede ser”. “Que sí, con el acento catalán que tenemos…”. Bueno, yo me quedo flipado. De veras, para mí que les había oído hablar en italiano. Da igual, a partir de ahora serán de Italia. Yo, obviamente, soy de Colombia. Y para no tener resaca lo mejor es comer una ensalada de tomate y queso fresco, con su ajito, el orégano y el aceite, acompañado con dos o tres vasos de agua, antes de dormir. Si, a pesar de ello, tienes resaca al despertar, desayuna una manzana.
“¿Y de que parte de Italia sois?” “De la Toscana” “Que bueno, con el solecito, esas tierras tan rojas…” “Sí, sí, es súper bonito” Pasa el rato… “Pero tú (va dirigido a Ona), tienes orígenes en Grecia, porque tienes alas en los pies y, a veces, puedes subir volando al Olimpo” “Sí, sí, pero me gusta estar más por la Tierra”. Desvaríos varios y los tres somos una especie de diosecillos que, cuando quieren, pueden visitar el Olimpo. Reímos, reímos, no podemos parar. Y, de repente, no sé cómo sucedió, empezamos a distribuir a la gente por países: Hay dos suecas, dos franceses y dos francesas, un suizo, dos austriacas y un austriaco, un quillo de Bruselas, por aquello de las telecomunicaciones y nosotros tres que somos de Italia (sí, hay momentos que la nacionalidad cambia en un pis-pas). Ah, pero faltan cuatro (dos quillas y dos quillos) ¿De dónde serán? “Son búlgaros y tienen un oso atado en la puerta” Semejante majadería sólo podía salir de mi cabeza. “Estamos en una gran Torre de Babel y, lo extraño, es que entiendo a todos”. Les digo a mis compinches Italianas (quienes siguen hablando en italiano de vez en cuando) “Bueno, a los búlgaros a veces no”. Reímos, reímos, no podemos parar. Estas dos quillas italianas se marchan a dormir, no sin antes hacerles saber que me caen súper bien y que, como suelo decir, “son mis mejores amigas”, jajajajá. Anda que no me lo pasé bien ni na’ con ellas…
¡Toma! Deciden que hay que jugar al Twister (conocido toda la vida como el enredo). Yo propongo que seré juez. Mi misión: darle a la ruleta y decir: “Pie derecho, verde. Mano izquierda, amarillo”. Vaya lío se está montando en el terreno de juego… Se termina el juego y, al rato, decido marchar a dormir. ¿En que habitación? Pues como no, Cristina decide que iré con mis compinches italianas.
Me despierto. Allí están ellas, la mar de majas. Me dicen que me levante, que mire las vistas que hay (ellas habían subido ya el Viernes): el pantano, con las montañitas… “Y pasó un tractor…” “Buah, súper bonito el tractor, eh? Ahí, ahí, naturaleza…” Volvemos a reír. Laya me ofrece una manzana para desayunar. No es por la resaca, mal pensados/as, sino por tomar una frutita fresquita que entre la mar de bien. Ya se van a marchar. A mí me da pena, la verdad. Nos despedimos y les digo: “Jospes, si os he cogido hasta cariño y todo”. “Normal, si es que lo hemos pasado genial”.
La gente se va marchando, ya quedamos pocos. Comemos y jugamos a “El Lepe”, una especie de “Un, dos, tres”. Terminamos, dormitamos… Me entero de que uno de los búlgaros es guardia civil. Es hora de irse. Goñi y Alba me acercarán a Barbastro, aunque al final lo harán hasta Huesca (ellos van para Pamplona). La despedida, como suele ser costumbre, da penita. Yoel, quillo, gracias por el bocadillo y las risas que nos echamos al inicio de la noche. Bueno, gracias a todos/as por haberme hecho pasar una noche fantástica. Y muchas gracias a ti, Cristina, por invitarme a tu cumpleaños y por la ilusión que te hizo que fuese y la que me hizo a mí estar allí. Una vez más: El Boogaloo es una manera de vida.
“Vivo en una isla, vivo en una isla, pero sin mar, pero sin mar”.
El plan para este fin de semana era marchar a la urbanización Lago Barasona, muy cerquita de Graus, para celebrar el cumpleaños de Cristina. En realidad es un pantano, pero se puede hacer como la cantante de Amaral y demostrar su incultura llamando laguito a Lanuza, incluso después de que el público le increpe y le grite que es pantano.
Cristina: Nos conocimos ya hace ¿dos años y medio? No sé, el tiempo se desvanece en mi cabeza y me resulta casi imposible acertar el año que pasó todo. Fue en Javierrelatre, en ese “festival del Boogaloo” que algunos ya conocéis. La verdad es que nos caímos guachis y (recuerdo a “Piteras” en diagonal ocupando toda la tienda de campaña en que yo dormía), decidimos coger cada uno su saco para dormir bajo las estrellas. Ella marchaba a la France y, yo pensé que eso nos haría perder el contacto. Al fin y al cabo éramos unos recién conocidos. Sin embargo, iniciamos una correspondencia de “correos eléctricos” que nos llevó, no sólo a ir conociéndonos más y más, sino a vernos cuando ella venía por estas tierras. Poco a poco fui ganando una compinche de las buenas. Ahora, es como mi hada madrina que digo yo: siempre está allí, en el momento preciso, para ofrecerme un pequeño oasis. No te imaginas, quilla, lo bien que me vino el barranco y Lérida. No te imaginas, quilla, lo bien que me vino saber que tenía una buena amiga con quien poder contar.
En un principio, como iba contando, tenía planeado asistir, sin ninguna duda, a su cumpleaños. Anda que no me hacía ilusión. Iría ya el Viernes para desconectar y disfrutar todo el fin de semana. Pero, claro, mi vida, hay mi vida… El trabajo, volvía a truncar mis sueños e ilusiones. Le mandé un mensaje: no podía ir. Habrá fotos cuando estén en mi poder, lo prometo.
Sábado, 16.30 horas. Estoy en el curro y me dice el encargado: “Christian, esta noche no vengas, que el Martes hay presentación de platos y como no sé las horas que durará…” “¿Seguro?” Le pregunto. “Sí, no vengas esta noche”. Salgo del curro, no tengo el móvil, desgraciadamente está en casa. Camino a la velocidad del rayo. De camino, una quilla, sordomuda ella, con un papel. Me paro, firmo, doy un donativo (yo que no tengo un chavo), y sigo correteando hacia mi casa. Llamo a Cristina. “Tía, que puedo ir”. “Qué ilusión, que guais”. Y tras unos intentos y unas gestiones, lo conseguimos: He de marchar a Huesca y de ahí (jugaba Goñi un partido de balonmano), me llevarán a la urbanización de la casa de Cristina.
Voy a la estación y pido el primer billete para Huesca. Es a las 19.30 y, como soy así, lo pillo sin pensar. Joder, pero si hasta las 21.30 pasadas no quedaré con Alba y Goñi… Pues, olé, mi cabeza que es un hervidero me dice: llama a Carmencita y así os tomáis algo.
Carmencita: es una quilla de mi clase a la que le tengo un montonsito de cariño. Nos conocimos ya el año pasado, y nos fuimos haciendo compinches. Me encanta, porque siempre estamos bromeando con chorradillas y, además, ya empezamos a contarnos nuestras cosillas. ¡Esa Carmencita, olé! A ver que día nos vamos a rumbear, sea por Huesca, sea por Zaraguaya, que nos lo pasaremos genial.
Efectivamente, ya tengo plan. Y de paso, vemos a Vero que trabaja en un bar. Gracias por las cañitas y las olivas, quilla. Ah, Vero es también de mi clase, y este año la voy conociendo un poquito más. Está guachis también, porque se nota que es muy majeta.
“Iré en un Toyota negro” “Pues yo llevo una chaqueta marrón y una gorra negra”. “Nos reconoceremos seguro”. Alba y Goñi me recogen. Son los primeros que conozco. De hecho, sólo conozco a Cristina y a Virginia, “la señorita borrajas” del festival anteriormente mencionado. Iba a ir el Viernes, pero llego el Sábado casi a las 23.00 horas. Que más da, estoy allí, celebrando el cumpleaños con Cristina. De regalo, el nuevo disco de Macaco y un libro de Mishima: La perla y otros cuentos. Dos auténticas joyas. De regalo: un abrazo y la ilusión de compartir ese día con ella.
Hay mucha gente. Está guachis, porque enseguida se presentan todos/as. Jejejé, nos reciben con la cena recién hecha: costillitas a la brasa, yuuuuum. La fiesta ha comenzado y, con ella, mi alocada cabeza empieza a dar vueltas. A mi lado, Yoel (o como carajo se escriba), que es con quien primero cojo confianza y me echo unas risas, y Laya y Ona (¿Se escribirán así sus nombres?) En un momento de la noche algo me dice que he de hablar más con ellas. Y aquí empieza el sinsentido total. Lo primero, mi acertada frase: “¿Así que sois italianas?” Me miran extrañadas: “No, somos de aquí” “No, no puede ser”. “Que sí, con el acento catalán que tenemos…”. Bueno, yo me quedo flipado. De veras, para mí que les había oído hablar en italiano. Da igual, a partir de ahora serán de Italia. Yo, obviamente, soy de Colombia. Y para no tener resaca lo mejor es comer una ensalada de tomate y queso fresco, con su ajito, el orégano y el aceite, acompañado con dos o tres vasos de agua, antes de dormir. Si, a pesar de ello, tienes resaca al despertar, desayuna una manzana.
“¿Y de que parte de Italia sois?” “De la Toscana” “Que bueno, con el solecito, esas tierras tan rojas…” “Sí, sí, es súper bonito” Pasa el rato… “Pero tú (va dirigido a Ona), tienes orígenes en Grecia, porque tienes alas en los pies y, a veces, puedes subir volando al Olimpo” “Sí, sí, pero me gusta estar más por la Tierra”. Desvaríos varios y los tres somos una especie de diosecillos que, cuando quieren, pueden visitar el Olimpo. Reímos, reímos, no podemos parar. Y, de repente, no sé cómo sucedió, empezamos a distribuir a la gente por países: Hay dos suecas, dos franceses y dos francesas, un suizo, dos austriacas y un austriaco, un quillo de Bruselas, por aquello de las telecomunicaciones y nosotros tres que somos de Italia (sí, hay momentos que la nacionalidad cambia en un pis-pas). Ah, pero faltan cuatro (dos quillas y dos quillos) ¿De dónde serán? “Son búlgaros y tienen un oso atado en la puerta” Semejante majadería sólo podía salir de mi cabeza. “Estamos en una gran Torre de Babel y, lo extraño, es que entiendo a todos”. Les digo a mis compinches Italianas (quienes siguen hablando en italiano de vez en cuando) “Bueno, a los búlgaros a veces no”. Reímos, reímos, no podemos parar. Estas dos quillas italianas se marchan a dormir, no sin antes hacerles saber que me caen súper bien y que, como suelo decir, “son mis mejores amigas”, jajajajá. Anda que no me lo pasé bien ni na’ con ellas…
¡Toma! Deciden que hay que jugar al Twister (conocido toda la vida como el enredo). Yo propongo que seré juez. Mi misión: darle a la ruleta y decir: “Pie derecho, verde. Mano izquierda, amarillo”. Vaya lío se está montando en el terreno de juego… Se termina el juego y, al rato, decido marchar a dormir. ¿En que habitación? Pues como no, Cristina decide que iré con mis compinches italianas.
Me despierto. Allí están ellas, la mar de majas. Me dicen que me levante, que mire las vistas que hay (ellas habían subido ya el Viernes): el pantano, con las montañitas… “Y pasó un tractor…” “Buah, súper bonito el tractor, eh? Ahí, ahí, naturaleza…” Volvemos a reír. Laya me ofrece una manzana para desayunar. No es por la resaca, mal pensados/as, sino por tomar una frutita fresquita que entre la mar de bien. Ya se van a marchar. A mí me da pena, la verdad. Nos despedimos y les digo: “Jospes, si os he cogido hasta cariño y todo”. “Normal, si es que lo hemos pasado genial”.
La gente se va marchando, ya quedamos pocos. Comemos y jugamos a “El Lepe”, una especie de “Un, dos, tres”. Terminamos, dormitamos… Me entero de que uno de los búlgaros es guardia civil. Es hora de irse. Goñi y Alba me acercarán a Barbastro, aunque al final lo harán hasta Huesca (ellos van para Pamplona). La despedida, como suele ser costumbre, da penita. Yoel, quillo, gracias por el bocadillo y las risas que nos echamos al inicio de la noche. Bueno, gracias a todos/as por haberme hecho pasar una noche fantástica. Y muchas gracias a ti, Cristina, por invitarme a tu cumpleaños y por la ilusión que te hizo que fuese y la que me hizo a mí estar allí. Una vez más: El Boogaloo es una manera de vida.
“Vivo en una isla, vivo en una isla, pero sin mar, pero sin mar”.
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