La Plaza de Toros de noche, iluminadica ella...
Ya, de tarde-noche, fuimos a tomar un tentempié a un curioso bar. Allí, de repente, se nos acercó un chamaquito de un año llamado Marcos. Ni corto ni perezoso, se sentó con nosotros e hizo muy buenas migas con Marta, con quien se sentía tan a gustito que increpaba a su madre para que también tomara asiento a nuestra vera. De camino a nuestro temporal hogar, recordábamos con alegría este divertido suceso.
Amanecimos más tarde de lo esperado. Bueno, hicimos el remolón un buen ratillo antes de poner en marcha nuestros cuerpecillos rumberos. Nos levantábamos más tarde, pero nada ni nadie nos encorría. Estábamos para descansar, para desconectar, para estar juntillos unos días y disfrutar de nuestra compañía. Ser conscientes de ello nos hacía más partícipes de esa diversión rumbera que se adueñaba de nuestros actos durante aquellos tres días (bueno, creo que de todos y cada uno de nuestros días).
Realizamos las compras necesarias. Bueno, todas no. Nos faltaba el pan y unos vasicos de plástico. Preguntamos en la panadería y nos comunicaron que, casi en frente, había una tienda donde seguro que encontraríamos. Nada más entrar la sorpresa volvía a dejarme atónito ante un inesperado encuentro ¡Santa Bárbara de los Ojos Abiertos! Era la tienda de la madre de Marcos. ¡Vale! Tarazona es pequeño. ¡Vale! Era fácil volver a encontrarnos por sus calles… ¡Pero que, justo, nos manden a esa tienda y allí trabaje ella es mucha casualidad!
Quedamos embriagados por toda esa miscelánea tonal que precedía al Moncayo
Preparamos la mochilita y comenzamos nuestra caminata. Tan sólo un plano en el que no se detallaba nada. Pero, con Marta convertida en “pequeña sherpa” y las ganas de seguir hilvanando un maravilloso fin de semana, llegamos a nuestra primera parada: Grisel, donde nos recibieron a ritmo de baile de gigantes. De nuevo, un encuentro, esta vez el de Alberto (¡no paro, eh!), nos anunciaba que a las 18.00 horas había dance, por
Los Gigantes que nos recibieron en Grisel
El camino hasta Trasmoz se hizo un poco más largo. A ello ayudaba el calor y el hecho de deambular por caminos que, sin lugar a dudas, no eran los más correctos para llegar a nuestro destino. No obstante, a la hora convenida, entrábamos en esta pequeña población. Sabedores de que en ella habitan las Brujas, no estuvimos mucho tiempo. Mas, ellas se apresuraron y nos enviaron uno de sus hechizos. Poco a poco, mientras caminábamos, íbamos convirtiéndonos en pequeños y risueños cangrejos de río.
Vista de Trasmoz
Llegamos a Grisel justito a las 18.00 horas. Allí, saboreamos el dulce más rico de la comarca y, nada más terminarlo, fuimos al pabellón para ver los dances. Unos/as quillicos/as de Gallur, primero; los Gigantes después; seguidamente un grupo de Bulbuente y, para finalizar, con Alberto en sus filas, los/as danzantes de Grisel. Realmente, un espectáculo bien bonito para ver, tanto por todo su ritmo como por su interés.
Danzantes de Bulbuente
El dance de Grisel
Había que partir a Tarazona. Al llegar, un nuevo encuentro: mi antigua profi de Laboratorio Fotográfico Digital. ¡El Mundo sigue reduciéndose, quillicos/as! Como buenos cangrejos, necesitamos agua, así que la ducha de rigor era más que deseada. Mientras, la noticia de que el Barça se convertía, prácticamente ya, en campeón de liga llegaba a nuestros oídos en formas de cánticos populares. Seguidamente, el cansancio, la cena y el gran vino de “sabor ligero, vegetal y áspero de ajustado equilibrio”, nos dejaron tan “mataítos” que nos quedamos totalmente dormidos. Esa noche nos quedábamos si la esperada visita al “Litros”, y el espectáculo de bailes y cantos de puño y cuernos alzados en gargantas desgañitadas por tanta euforia animal.
Despertamos. Era nuestro último día allí. Por eso, quizás, tuvimos la inesperada visita de un ser que nos haría reír: “el jorobado”. Habíamos sido atacados por peligrosos felinos; después, por rápidos y frenéticos cangrejos; nos habíamos convertido en hilarantes ranas; habíamos descubierto el poder de la luz sobre los vampiros y, cuando ya parecía que el desfile de alocados seres había terminado, apareció por la puerta ese genial hombrecito de afable presencia.
Marta mostrando esos deliciosos dulces... ¡los más ricos de la comarca!
Antes de subir al autobús, Tarazona aún nos iba a ofrecer horas de ilusión y de alegría. Gracias por estar aquí. Gracias por tu compañía.
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