lunes, 27 de noviembre de 2006

Para qué fotografiar

Ay, ay, ay… cuánto tiempo sin escribir unas líneas de demencia vital. Hay que poner remedio, pero ya. No sé ni cómo carajo empezar a contar cosas. Bueno, quizás, podemos iniciar este breve escrito con la llegada de Paula.

Paula: Esta quilla nació en Chile, y se nota en su hablar, en su larga y negra melena, en su cariño infinito hacia esa tierra. ¿Hace cuánto tiempo te conozco? Fue en Septiembre (o tal vez Octubre, que mi cabeza ya no está para recordar esas fechas), en un curso sobre fotografía que organizó la UIMP en Formigal, allá en el 2003. “Para qué fotografiar”, se llamaba ese seminario al que fuimos becados. Eso me pregunto yo, ahora, una y otra vez.

Ella llegó el Viernes, justito después de que yo terminara mi segundo, y último, examen de Noviembre. Ya tuve uno el Jueves (Derecho administrativo), ni más ni menos que al mediodía, sin haber comido na’ de na’. Ese mismo Jueves, una llamada, unos nuevos o viejos percances vitales, me llevaron a la determinación de salir de marcha por la noche. El examen era al día siguiente, así que: “qué más da, si ya me lo sé. Hay cosas más importantes que un maldito examen”. Y, entre ellas, claro está, encontramos el estar lo mejor posible con uno mismo. Por cierto, gracias Lidia por esos momentos telefónicos, me vinieron la mar de bien. Ah sí, el examen del Viernes: Hª del Trabajo Social. Pues no salió nada mal, a pesar de estar espeso, disperso y con la cabeza en otras cosas. Lo mejor: la profi haciendo fotos porque era su último examen en esta materia. “Para qué fotografiar…”

Cenamos en mi casa y nos fuimos de marchuqui. Eso sí, una noche tranquilita, que al día siguiente hay que ir a ver cosillas culturales de esta bonita urbe. Y lo hicimos, por supuesto. El Centro de Historia era nuestro destino. ¿Por qué se sigue llamando así un edificio en el que realizan exposiciones-parche para que los ciudadanos nos olvidemos de otro gran fiasco cometido, una vez más, en Zaragoza? Después de visitarlo este Sábado lo podríamos denominar: “Despropósito cultural de apelotonadas exposiciones de dudosa calidad”. Buf, creo que si sigo así voy a ganarme la enemistad de mucha gente, jejejejé.

Nada más entrar, la pésima selección de retratos de nuestros gabachos (para quien no lo sepa es un diminutivo, originariamente cariñoso, con el que se llamaba a los franceses), cinematográficos favoritos. Paula fue mucho más dura que yo: sólo salvaba dos: “Es el más claro ejemplo de lo que no hay que hacer en fotografía”. Seguidamente, una exposición sobre el cine, sus grandes estrellas, mitos… La exposición en sí no está mal, todo hay que decirlo. Pero, la manera de montarla es para tirarse de los pelos. ¡Viva el mundo abigarrado! No sé, a mí me traía a la mente aquellos salones del Siglo XIX con obras desde el suelo hasta el techo cubriendo todas las paredes. Solución: o más espacio, o menos obras. Echa para atrás entrar a ver una exposición tan recargada, de veras. Y, para colmo, las fotos están divididas por temática, pero con títulos como “La traición”, “La dignidad”, “La maldad”, yo que sé. Al más puro estilo del parvulario, quillos/as. Finalmente, el Colectivo Anguila y exposición Aleluya. Vale, partimos de que las fotografías en conciertos son más difíciles, que los recursos están, quizás, más limitados. Pero, de ahí a lo que está expuesto hay un abismo. Al menos, en esta ocasión, pude salvar más de dos, aunque con el porrón de fotografías que hay, tampoco es mucho. Bueno, hay un retrato de Noa que es para demandarlos, jajajajá.

Fuera de lo expuesto, está la manera. Ni uno solo de los “papeles” informativos pegaditos a la pared, que informan al espectador, no posee menos de cuatro, cinco, seis, burbujillas. ¡Horrible! Creo que no se han de hacer así las cosas. Al menos se hacen, argumentarán unos y otros. Bueno, sí, al menos se hacen… “Para qué fotografiar…”

Eso sí, a mí me encanta ver estos disparates culturales y es que, aunque critique, aunque se me vaya el alma en ello, aunque me enerve hasta límites insospechados, soy como la cita de Anaïs Nin que ya mandé hace un tiempo:

“Tanto uno como otro llegan de la calle sonrientes. Aunque vengan de los lugares más inocuos, un café, una conversación con gente anónima, con una persona sin nada especial, sin color, o de una exposición de pintura. Denigran siempre lo que han visto. Pero ellos resplandecen”.



Por la tarde, El Perfume. ¡Soporífera! Típica película que cae en el efectismo visual en detrimento de un mejor desarrollo argumental. Ni a Paula, ni a Mamen, ni a una mujercita desconocida de sesenta y pico años que oímos al salir del cine, ni a Conchi, ni a mí, nos gustó lo más mínimo. Eso sí, tuve que oír: “Es muy fiel al libro”. Creo que la fidelidad con un libro no se logra “calcándolo” tal cual, sino dejando al espectador con la misma sensación. No olvidemos que son dos lenguajes totalmente distintos y, por tanto, han de contarnos las cosas de manera distinta.

Y por la nuit, a rumbear. Como suele ser costumbre, alguna cosa rara ha de pasarme, jejejejé. Por un lado, una quilla que, tras hacerme una entrevista, con prácticas incluidas, sobre los dos besos en las mejillas, quiere hacerme otra, con prácticas incluidas, sobre el beso en los labios. Según ella, nos volveremos a ver, porque coincidimos en muchos bares. Ciertamente, es una quilla bastante linda; pero, creo que habrá que anular citada entrevista, y eso que no estoy en contra del hombre objeto, jajajajá. Por otra parte, el cuidado de Mingo, un icono nocturno que he de preservar hasta que la quilla que lo portaba (la conozco, no os creáis), consiga mi teléfono y reclame su propiedad. Sí, así se lo hice saber y ella se comprometió a superar esta divertida prueba. Hoy, Mingo está en mi casa a la espera de una llamada que lo solicite.




La comida del Domingo, a las 17.30. Jolines, si desayunamos a las 13.00 hay que esperar para comer ¿no? Por la noche, después de cenar con Vicky, sesión cinematográfica en casa: Blow Up, de Antonioni. Esta película te mete, poco a poco, un nerviosismo en el cuerpo… vaya suspense, quillos/as. Un fotógrafo, sin querer, capta con su cámara un crimen, un asesinato que va descubriendo en sus positivados poco a poco. Estética sesentera, el moderno Londres de aquella época, el amor libre… para, poco a poco, llegar a sentirse extremadamente pequeño e insignificante en la inmensa urbe. Hay que verla, hay que verla, yuuuuum. “Para qué fotografiar…”

Hoy, de mañanita, marchó Paula, no sin llevarse grabada la colección de ocho discos de Víctor Jara que tengo y un fotomontaje, todavía inédito, de regalo. No tengo trabajo, no lo encuentro, el dinero se escapa… Bueno, aún tengo cosas para regalar, jajajajá.

“Solía decir que yo era un optimista incurable, pero no era optimismo, era el profundo conocimiento de que, aunque el mundo estaba ocupado en excavar su propia tumba, todavía quedaba tiempo para gozar de la vida, estar alegre, despreocupado, y trabajar o no trabajar”.
HENRY MILLER, Días tranquilos en Clichy

“Para qué carajo fotografiar”

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