domingo, 19 de noviembre de 2006

El Carnaval

Lo que viene a continuación es una “marcianada” de las mías. Mientras escribo, escucho a Pharoah Sanders, un saxofonista de jazz loco muy espiritual, con campanitas, maracas, percusión africana… Anteriormente, os he hablado de Indigènes, una película que transcurre, entre otros sitios, en los Vosgos y en un pueblecito de Alsacia. Asimismo, el otro día nombré que había conseguido El Carnaval de Schumann. Bueno, ya tengo los dos: en Venecia (lo cogí en la biblioteca el otro día) y en Viena, que es el que compré en Madrid. Hace ya un tiempo (lo recordaréis aquellos/as que habéis recibido siempre las “citas para la reflexión”), me leí Tiempo de Morir, de Louis Aragon, donde dedica todo un capítulo a El Carnaval. De ese capítulo, fui extrayendo una serie de párrafos que me parecían ciertamente interesantes y que quería compartir con una persona que es muy especial para mí (por desgracia no pude hacerlo, cosas de la vie); pero, no sólo del carnaval, sino de historia, de música, de vida… Y, al escribir sobre Indigènes, me acordé de Alsacia, de los Vosgos, de Bischwiller y de Pfeifertag.

Unificando para toda la Galaxia:


El Carnaval
Yo es otro. ARTHUR RIMBAUD

El Carnaval… no sólo es de Schumann. Aquí todo es carnaval.

¿En que pensaba Schumann, cuando escribió su Carnaval? Habría imaginado en la casita de… no es querer confundir las pistas lo que me hace dudar delante del nombre del país, pero aunque no esté seguro, aunque mezcle localidades… vamos, digamos: Roeschwood… ¿habría imaginado Schumann en la casita de Roeschwood las relaciones que su música iba a establecer entre el aspirante Pierre Houdry y Bettina Knipperlé? No sé de que año es El Carnaval, cuando después Robert se tiró al Rin, lo que le tañían las campanas en la cabeza, quizá, quizás fuese esto, fuera Richter, este Carnaval. Y Mozart, en la fosa común del cementerio Sankt Maxer, ¿oirá romperse la voz que canta La flauta, terminada algo más de tres meses antes de su muerte? Cuestiones absurdas, como todo lo que la música pone en la cabeza. Pero a fin de cuentas mi vida estará hecha de estos absurdos. La música es mediación, querida Bettina, de la lógica y del delirio, da sentido a lo insensato […]
Así la vida es carnaval, donde las máscaras se separan del mismo modo que se han encontrado.

“Vamos –dijo ella-, ¿otra vez El Carnaval? Cogeré sólo el segundo movimiento, sabe…” Y cuando terminó, me vino una especie de fantasía, quería ese trozo de Schumann, lo conoce, Haschemann… lo conoce. Me canta esta gallina ciega. Mira, ésta es la palabra: más que un carnaval, la vida, aquí, es un juego de la gallina ciega.
Gallina ciega, Haschemann. Dicen que el nombre viene de un caballero, en vísperas del año mil, en vísperas del Gran Miedo, durante la época de Roberto el Piadoso, en alguna parte hacia el lado de Lieja, y que, peleando contra un conde de Lovaina, quedó con los ojos reventados, pero prosiguió en tinieblas en la batalla, con sus compañeros a su alrededor para guiarle, como se hace en la Haschemann, gritándole: ¡Frío! ¡Frío! ¡Caliente, caliente, por aquí! ¡Te quemas! Oh, jugar al ciego, y entonces el mundo se convierte en un Breughel peligroso donde nada tiene ya su forma, y sólo transparentan los monstruos que cada uno tiene en su interior. Pero el ciego también es un rey, a quien sobre sus súbditos desconocidos se ha dado un derecho si límites; si los atrapa, bajo el pretexto de reconocerlos, le está permitido palpar, chica o chico, por todo su cuerpo, por toda su alma, la presa entre sus manos, y esto ya nos viene del Caballero Colin Porte-Maillet, corriendo por el bosque de Ardenne tras los flamencos. No se trata de un juego de niños. ¿En que pensaba, pues, Schumann?

El Carnaval de Schumann dura mucho menos tiempo que la lectura de lo que precede solamente… pero eso es la observación primaria, la cual se limita a la apariencia. Toda esa historia cabe en una gota de rocío. Todo es memoria, hasta el error, hasta el olvido. Todo está levemente “movido”.

Las pequeñas ciudades de Alsacia tienen recuerdos, tradiciones, que les hacen más atractivas de lo que cree el viajero. Así, por ejemplo, Bischwiller. El 15 de Agosto, antes, se llamaba el día de los pífanos, Pfeifertag, y todos los músicos que residían en el Rin a la cresta de los Vosgos, desde el bosque de Haguenau hasta el Hauenstein, iban aquel día a renovar juramento a lo que llamaban el Geigerkönig, el Rey de los violines. Esto desde la época en que se edificó Ludwigsfeste, más o menos. Cuando Goethe iba a casa de los Brion, era el señor de los Dos Puentes que era Geigerkönig, que había heredado por esa época título de los señores de Bibeaupierre. Y Bischwiller sigue considerándose como una especie de capital de la música.

Ahora, suena John Coltrane, otro de esos saxofonistas que me vuelven loco ¡Yiha!

En el capítulo siguiente:

Generalmente, la historia de la música, el desarrollo de la música, entraña lecciones que no parecen preocupar. Desde la primera melopea, las modificaciones de este arte revelan una singular evolución del hombre mismo. Berilos dice eso en alguna parte.
Decidme, quillos/as ¿cómo no iba a intentar conseguir El Carnaval después de todas estas palabras de Aragon? C’est impossible!

2 comentarios:

súperyoli dijo...

qué grande!a mí me encanta el carnaval de los animales de saint saens, que seguro ya conoces y otro carnaval, el de henri rousseau, el primer cuadro que vi de él, me enamoró. todos los carnavales son misteriosos. qué tal el curro que te envié? por cierto la semana que viene si todo va bien expongo por primera vez en núcleo, la tienda de zapatillas súpermoderna, ya te seguiré informando. un beso

closada dijo...

el curro... Llamé, hablé con el encargado de llevar el asuntillo y fui a ver de que se trataba. ¡Una marcianada! Pero, bueno, yo accedía encantado, jejejé. No he vuelto a saber nada.
Así que a puntito de exponer... bien, bien. Habrá que ir a echar un vistazo por allá.
Besucos