martes, 26 de noviembre de 2013

Daroca – Santa Eulalia (Daroca - Sagunto por la Vía Verde, Parte 1 de 3)


Daroca – Santa Eulalia

Murallas de Daroca

Partíamos de Daroca, Marti, Sara y servidor, justo en la intersección entre la Avenida Madrid y la Calle Luchente, dirección Val de Sanmartín. Pasado el río Jiloca y a unos 725 metros de nuestro punto de partida, giramos hacia la izquierda para tomar el camino que se dirige a Los Anchos (en Google Maps –GM a partir de ahora- Calle Alta), y que nos llevará hacia Villanueva de Jiloca y (a través de GM Camino letra B), San Martín del Río. Desde este punto, tomando el camino que discurre prácticamente paralelo a la N-234, a unos 11 kilómetros de Daroca, nos introducíamos en Báguena, en cuyo casco urbano destaca la torre mudéjar adosada a la iglesia parroquial de La Asunción de Nuestra Señora.

Puente Romano (Calamocha)

Aproximadamente a los 28 km, habiendo dejado atrás Burbáguena y Luco de Jiloca, llegamos a las cercanías de Calamocha (no entramos a la localidad para no desviarnos del camino), en concreto al punto donde el río Jiloca es atravesado por el denominado Puente Romano. Un buen sitio para parar, tomar un pequeño refrigerio (unas barritas de cereales), y rellenar los botes con el agua de la fuente allá ubicada. Tan sólo estamos a cinco kilómetros de El Poyo del Cid, pueblo elegido para nuestro primer pequeño descanso. Un bonito y tranquilo lugar para un rico almuerzo bajo el calorcito del Sol.

 Almorzando en El Poyo del Cid

Tomando la Avenida del río y la calle el Poyo, seguimos nuestro itinerario hacia Monreal del Campo, punto mínimo al que llegar en caso de alargar nuestra aventura a los cuatro días, ubicado a 42 kilómetros de Daroca. De camino, atravesamos Fuentes Claras, Caminreal y Torrijo del Campo, donde destaca la iglesia parroquial de San Pedro (con su esbelta torre de estilo barroco, aunque con elementos de tradición mudéjar en su parte alta) y la curiosa ermita de Santa Bárbara, que ha quedado en medio de la Calle El Calvario como si de un pequeño islote se tratara.

Compramos el pan y, seguidamente debatimos qué hacer. Hubo cuórum: Seguiríamos hasta Villafranca del Campo, donde pararíamos a comer. Allá, paramos en la plaza sita junto a la Iglesia de San Juan Bautista, la cual se ofreció a enseñarnos una amable señora; pero, debido a que estábamos en plena elaboración y posterior degustación de nuestros bocadillos, no nos dio tiempo a adentrarnos en su interior. Habíamos recorrido ya cerca de 60 kilómetros y las fuerzas empezaban a flaquear. No obstante, si queríamos intentar realizar la travesía en tres días, teníamos que llegar hasta Santa Eulalia. Estábamos cerca de nuestro objetivo, así que, después de comer y de descansar un poco las piernas, llamamos al hostal Suvesa para saber si teníamos alguna habitación disponible. La respuesta fue afirmativa, así que volvimos a pedalear con la intención de terminar la etapa lo antes posible.


Tomamos la TE-V-9024 dirección Peracense y, en el cruce, la TE-V-9026 en dirección Alba y Santa Eulalia que, en su inicio, transita paralela a las vías del tren. Sólo eran unos quince kilómetros los que nos separaban del final de etapa. Estaba chupado. Mas, no contábamos con el intenso viento. Durante esos malditos quince kilómetros, el viento nos pegaba de frente en esas dos interminables rectas, divididas por la presencia de Alba a mitad de camino, que parecían no acabar nunca. El viento, añadido al cansancio y a esas eternas rectas, acabó por desquiciarnos un poquito. Ya sólo había ganas de llegar, de ducharse y descansar.


Al entrar al casco urbano de Santa Eulalia la alegría se notaba en nuestras caras. Sólo nos quedaba comprar (lo hicimos en el Co-aliment de la calle San Pascual) y acercarnos al Hostal, que, desgraciadamente, estaba todavía a dos kilómetros y medio de donde estábamos. Bueno, era un último empujón… Pero, no. Sara había pinchado y tuvimos que hacer este último tramo (prácticamente entero), empujando las bicis.

Ya en la habitación, sacamos los parches y arreglamos las cámaras. Pero, la mala suerte había caído de nuestro lado. Una infinidad de pinchos habían quedado atrapados en las cubiertas de las ruedas de su bicicleta y, una y otra vez, las cámaras volvían a pincharse. Pinzas en mano, revisamos una y otra vez las cubiertas. Pasaban las horas y siempre había más púas. Finalmente, ya a las diez de la noche, parecía que habíamos resuelto el problema y decidimos marchar a cenar. Era tarde, teníamos hambre y muchas ganas de caer rendidos en nuestras camas.


Perfil de la etapa

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