lunes, 6 de agosto de 2012

Sr. Gallardón, me está chingando bien chingado...

Sinceramente, la noticia que salpicó los noticieros de semanas anteriores sobre el señor Gallardón me puso de muy mala hostia. Después de unos días de vacances, no puedo hacer otra cosa que escribir sobre ello.

Podemos leer en El País que “el titular de Justicia se opone a la ley de plazos, que rige en la mayor parte de Europa, pero también abomina de los actuales supuestos para abortar, entre ellos, la malformación del feto. En una brevísima declaración en el pasillo del Congreso, el ministro da muestras de un criterio muy restrictivo o directamente contrario a cualquier posibilidad de interrupción del embarazo”. Y que el ministro expuso que: “Todos los discapacitados tienen los mismos derechos que cualquier ciudadano; por ser discapacitado no tiene por qué ver mermados sus derechos ni sufrir ningún tipo de discriminación. Y este criterio es para los discapacitados que han nacido y para los que no han nacido”.

Que todas las personas discapacitadas tienen los mismos derechos, es algo que está más que claro. Obviamente, no pongo ninguna objeción. No obstante, hay una premisa que a este mandatario que hoy me parece (aunque no lo vaya a hacer), altamente insultable, se le escapa, y es que no todas las personas discapacitadas tienen las mismas oportunidades. Ni ellas, ni sus familias.

Soy defensor acérrimo de que los denominados Derechos Fundamentales, aquellos que son justificados por el Derecho Natural (existencia de derechos del hombre fundados en la naturaleza humana, universales, anteriores y superiores (o independientes) al ordenamiento jurídico positivo y al derecho), son una creación del hombre para poder vivir en esta (y otras anteriores), sociedad, a pesar de que se definan como “inherentes al ser humano, y que pertenecen a toda persona en razón a su dignidad humana”. No en vano, hubo sociedades en las que el derecho a la vida (uno de esos Derechos Fundamentales), es más que cuestionable. Recordemos en este punto, aquellas sociedades precolombinas que mataban a personas en rituales para que no desapareciese el último de los cinco soles, e incluso que participaban en el juego de pelota para, en caso de ser capitán, ser sacrificado. Dudo mucho que, acá, el derecho a la vida fuese tomado como un derecho natural y/o fundamental siquiera.

A pesar de ello, los comparto y considero que sirven de gran utilidad para poder establecer una sociedad que, de no ser así, en los tiempos que corren pronto devendría en auténtica una carnicería.

El derecho a la vida parece ser que es algo propio, exclusivo e inherente al ser humano. Dentro del amplio abanico animal, parece ser que éste es el único que posee tan magnánimo derecho. Y, es más, tenemos el privilegio de poder saltarnos este derecho con el resto del mundo animal: sí, podemos quitar la vida (eso sí, sin torturar y dentro de una normativa), a tantos animales como nos dé la real gana. Parece ser que para la naturaleza no sirve aquello de “son hijos de Dios”, y eso que a mí me ensañaron en el cole, cuando di religión, que el Mundo (con sus mares, plantas, animales y el ser humano), era creación de ese Ser omnipresente y omnipotente.

Partimos, por tanto, de un derecho creado única y exclusivamente para el ser humano, como es el del derecho a la vida que, por cierto en unos algunos estados de ese país tan avanzado y democrático como es EE. UU. se puede saltar a la torera con la pena de muerte… ¡Ah, bueno! Que en España también existe: “Queda abolida la pena de muerte, salvo lo que puedan disponerlas Leyes penales militares para tiempos de guerra” (Constitución Española, Art. 15). Es decir, Señor Gallardón, que en España, por ley, se puede quitar la vida a una persona en el caso excepcional que marca la Constitución. Bien, bien…

Todos tenemos los mismos derechos; pero, no las mismas oportunidades, he señalado anteriormente. “Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes”, reza la Constitución. Que alguien nazca con una malformación congénita severa, siempre y cuando pudiera ser evitado, es un atentado contra la integridad física y moral. Esta persona, puede pasar el resto de su vida de quirófano en quirófano, posiblemente paralizado, sufriendo dolores constantes y, por supuesto, siendo consciente de su situación, viéndose ajeno a toda posibilidad de vivir una vida como las demás personas. Que digo, eso sería hablar de manera superficial. Posiblemente ajeno a toda posibilidad de llevar una vida digna.

Que alguien nazca con una malformación congénita severa, siempre y cuando pudiera ser evitado, es un atentado contra la integridad física y moral de la familia que va a tener que dar sus días para que quien acaba de nacer. Sufrimiento día tras día al comprobar que no terminan nunca las visitas al hospital; sufrimiento al ver que su recién nacido/a no va a caminar nunca; sufrimiento al comprobar que no hay otra alternativa que luchar y luchar, hasta el desfallecimiento, siendo conscientes, en casos extremos, de que no hay otra posibilidad que la prematura muerte de su descendencia.

Mas, no termina aquí el sufrimiento. Toca, ahora, el de los problemas económicos. Mantener a una persona en estas condiciones lleva consigo una cuantía económica elevada. En un país donde la ayuda a la dependencia está con un pie en el hoyo y, en el que la que existe es minúscula, poder ofrecer desde el ámbito familiar unas condiciones de vida, que menos que decentes, es complicado.
Sufrimiento vital y económico puede llegar a desgastar a las familias: preocupaciones, miedos, desolación, discusiones, son diferentes estadios que pueden ir apareciendo. Así, muchas familias terminan desilusionadas, descompuestas, desestructuradas, rompiéndose otro de esos “estamentos sagrados” del partido que, totalmente deslegitimado (por su elevada sarta de mentiras e incumplimiento de programa), nos gobierna en la actualidad.

Todos tenemos los mismos derechos; pero, no las mismas oportunidades, vuelvo a repetir. No todas las personas, desde el momento que nacen tienen las mismas oportunidades. Ya sabemos aquello del condicionante social y económico. Ahora, tendremos que añadir el físico (no evitado por la ideología e hipocresía de un político), aquel que no nos dejará tener las mismas oportunidades para ir al colegio, para caminar, jugar, saltar, bailar, enamorarse y ser correspondido/a, trabajar (si es que se llega a una edad laborable), y un largo etcétera de acciones de lo más básicas.

Tampoco tendrán las mismas oportunidades las familias, quienes por su total ocupación a su descendencia, tanto física como económica, serán incapaces de llevar una vida como la de su vecindad, aquella que sale a cenar con colegas, marchar al cine, salir a pasear, marchar de vacaciones o ir a trabajar sin la necesidad de contratar a alguien mientras no están en el hogar.

El resto de animales, cuando alguien de la manada sale con alguna malformación no para. La manada sigue para adelante y, desgraciadamente, el animal queda abandonado a su suerte. Obviamente, su suerte es la muerte. El ser humano, dio un paso más y, llevado por la ética, la moral o, vaya a saber por qué, decidió no abandonar a su descendencia, a veces, a sabiendas de que tanto la vida de quien acaba de nacer como de la familia se convertirá en un tormento, e incluso a sabiendas, en casos extremos, de que la muerte está cerca (apenas unos años que, en ocasiones, no llegan ni a la veintena). De nuevo, como es obvio, vuelvo a definirme a favor de esta posición. Sin embargo, conocedores de la dureza que esto conlleva, las leyes (unas más avanzadas que otras), condujeron a regularizar el aborto, en ocasiones en relación con supuestos, en ocasiones en función al periodo de gestación.

España vuelve a retroceder al aborto regido según los supuestos, retrocediendo en un importante derecho que habían alcanzado la sociedad en general y las mujeres en particular. Pero, este retroceso es aún mayor al eliminar uno de los supuestos: la malformación del feto. Será que al señor Gallardón le gusta eso de los abortos clandestinos o qué querrá beneficiar a las clínicas privadas. Será que el señor Gallardón quiere seguir teniendo fidelidad en las asociaciones provida. Será que, al contrario que sus colegas de partido, el señor Gallardón quiere aumentar los gastos en la sanidad pública. Será que, como el resto del PP, el señor Gallardón decide tomar medidas sin ser previsor de las consecuencias.

Señor Gallardón, si finalmente se produce este cambio en la ley, por favor, comprométase a cargar con todos y cada uno de los gastos que conlleve para esa persona y su familia el poder llevar una vida digna. Si no lo hace, su crueldad será que menos que extrema, y su moralidad y ética quedará más que definida. Si quiere salvar vidas, que parece ser que es su hipócrita posición, haga algo por cambiar este sistema económico en el que mueren de hambre alrededor de 24.000 personas cada día, de las cuales, no sé si lo sabrá, un 75 % son menores de cinco meses. ¡Ah! Se me olvidaba que su partido defiende (no hay más que ver las medidas adoptadas durante estos últimos meses), ese tipo de sistema en el que el capital está por encima de las personas.

Y para colmo, me pregunto, por qué carajo celebramos los años el día que salimos al mundo exterior en lugar del día que fuimos concebidos. Yo sería un mes más joven…

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