domingo, 14 de mayo de 2017

La sociedad desaparece


El otro día, al salir de la Facultad de Bellas Artes, monté en el tranvía para dirigirme hacia en centro de la ciudad. La música sonaba en mis auriculares y, debido a la incipiente mejora de mi eventual cojera, decidí quedarme de pie, apoyado en una de las paredes del vagón. Frente a mí, una pareja de adolescentes que estaba sentada ante el carro de su descendencia recién nacida pasó a formar parte de mis divagaciones.

Hacía unos días había visionado una película en la que, precisamente, se reflexionaba, entre otras cosas, de las consecuencias que puede provocar durante la adolescencia la dejadez por parte de los padres hacia su descendencia durante este periodo tan importante en la formación de las personas. La mencionada pareja de jóvenes, durante el rato que estuve en el tranvía, no separó su vista de sus respectivos celulares, olvidándose por completo de ese pequeño ser que, seguramente, dormitaba en el carro.

Pensé que, si ni su padre ni su madre hacían el menor caso en esos momentos en los que la indefensión de esa pequeña criatura es tan patente, a medida que ésta fuese creciendo la situación iría aumentando. Pensé que su adolescencia transcurriría como la protagonista de la película. Pensé que habría muchas más parejas así en otras partes de la ciudad, del país, del mundo. Pensé que nuestra sociedad está cada vez más aislada, más perdida. Pensé en esos jodidos celulares y las tonterías que estarían viendo. Pensé en ese ser diminuto dormitando, ausente todavía de la percepción necesaria para ver aquella pareja absorbida por el mal uso de la tecnología.

Pensé, en definitiva, que estamos en la gran chingada.

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