martes, 18 de septiembre de 2012

De naciones e independencias


Desde que tuvo lugar la famosa manifestación de La Diada, no paran de oírse voces a favor de la independencia de Catalunya. El sentimiento nacionalista de uno y otro lado terminan en discusiones de fanatismo exacerbado que no conducen a ningún lado y, poco a poco, va haciendo mella en el sentimiento de gran parte de la ciudadanía. Los unos se defienden del ataque de los otros, se argumenta y comienza así un ciclo que no tiene fin. Voy a intentar no entrar en ese juego. Voy a ambicionar (porque se me queda grande), a través de pequeñas pinceladas (que llevarán pequeñas argumentaciones aunque sin entrar en detalles), cuestionar los posicionamientos y, al menos, invitar a la reflexión. Por eso expongo, me posiciono y lanzo preguntas.

He leído un montón de argumentaciones, entre las que no dejan de sorprenderme algunas tan absurdas como la paupérrima comparación de la posible escisión de todo un territorio (obviando elementos tan importantes como la historia o la cultura) con la decisión de un matrimonio mal avenido que termina separándose. Es tan simplona que no puede más que generar cierta pena hacia quienes defienden esta postura tan infantil, así como cierta reacción jocosa ante semejante majadería.

Por otro lado, he leído argumentaciones históricas. Acá, siento comunicárselo al pueblo catalán, sale perdiendo de paliza. La manipulación de su historia por parte de los intereses políticos es escandalosa, llegando a leer que tuvieron reyes, que la Guerra de Sucesión (aquella cuya derrota dio lugar a la celebración de la Diada), fue una guerra de Catalunya contra España, o que su bandera viene de la leyenda (sin pies ni cabeza) de Wifredo el Velloso (leyenda del Siglo XV sobre acontecimientos del Siglo IX para poder ser utilizadas las barras de Aragón -así denominadas en todo el orbe-, como un simbolismo político de afirmación identitaria por parte del catalanismo), etc. Todas estas y muchas más manipulaciones de la historia utilizadas para crear una identidad, han conseguido su objetivo. Sin embargo, en la actualidad, cuando se utilizan como argumentación para contrarrestar ese nacionalismo emergente, se contraargumenta que estamos en el Siglo XXI y que la historia es el pasado. Que menos que incoherente.

La lengua, sin duda es una admirable argumentación. De allá, de esa utilización de la lengua como identidad nacional, surgió en el Siglo XIX ese gran invento de los Països Catalans, donde pasaron a formar parte de una gran nación, hasta antes inexistente, Valencia, Islas Baleares, partes de Francia y de Aragón. ¿Desde cuándo la interesadamente denominada franja ha pertenecido a Catalunya? Ojiplático me he quedado. Pero, es más. Si la lengua proporciona una nación, me surgen tres preguntas. La primera: Colombia, Chile, Argentina, Ecuador, Perú y un largo etcétera ¿son España? La segunda: ¿Cuántas naciones tiene Francia? Allá se habla catalán, vasco, corso, italiano, provenzal, alsaciano, alemán y bretón… y varios dialectos. Y la tercera: El Vallé de Arán, cuya lengua es el aranés (lengua occitana hablada en este territorio) ¿Debiera ser independiente o, extrañamente, pertenecería a los Països Catalans? De hecho, existe una reivindicación nacionalista que propone la creación de un pacto de libre unión de este valle con respecto a Cataluña. Hay que dejar claro que la inmensa mayoría de países europeos no son monolingües, puesto que la lengua no confiere nación, ni sabe de territorios. La lengua compete a la cultura, a la ciudadanía, a la diversidad, que no tiene fronteras, por mucho que quieran hacernos creer lo contrario. Es riqueza y hay que fomentarla, conservarla, usarla; pero, por mucho que pese, no imponerla y utilizarla como arma política.

Otra argumentación es aquella que expone, en primer lugar, la desigualdad que existe en el pago de impuestos, donde Catalunya sale altamente perjudicada. Si bien es cierto, sus impuestos son más altos y parte de ellos van destinados a la totalidad del Estado Español, no olvidemos que esos impuestos se lo han hecho pagar sus gobernantes, y sus políticas neoliberales (igualitas a las utilizadas en el resto de España), de estos últimos años. Por otra parte, pronto se olvidan de que Felipe González tuvo que pactar con Convergència i Unió (Jordi Puyol) y en 1996, José María Aznar tuvo que pactar con CiU y PNV para ser investido presidente del Gobierno. Como todo el mundo sabe, cuando alguien pacta lo hace para ser perjudicado. Sí, yo te apoyo y tú, a cambio, me jodes enterito. ¡Venga por favor!

Así, se inicia una campaña de victimismo, apoyada por medios de comunicación (los mismos que apoyan la manipulación histórica), de Catalunya altamente perjudicada por el Estado Español. Hagamos una encuesta para ver qué Comunidades se han visto más perjudicadas durante la democracia. Mis votos van para Extremadura ¿Se acuerda alguien de que existe?, Murcia o Aragón (extrañamente no considerada, siquiera, Comunidad Histórica –fue reino, tuvo fueros, posee lengua propia aunque ya no sea oficial…-). Venga, sean sinceros y digan, por comunidades, cuáles han sido las grandes olvidadas.

Y, para rematar la faena, el argumento más sólido: en el resto de España no nos quieren. ¡Venga, carajo! Salió el otro día una encuesta: 2 de cada 3 no tienen nada en contra de catalanes; 2 de cada 3 catalanes, defiende que se les mira mal en el resto de España. Curioso, al menos, que los datos no coincidan. ¿Será que, de nuevo, los medios de comunicación van introduciendo, poco a poco, esa apreciación en la ciudadanía catalana? Y, en caso de que fuera cierto (que no lo es), ¿No sería más lógico pararse a pensar por qué sucede? Por ejemplo, en una comunidad de un edificio, toda la vecindad se lleva bien, excepto con un piso en que los familiares, además, dicen una y otra vez que les miran mal. Pues sinceramente, creo que esta familia debiera de hacer un poco de autocrítica y pensar qué está pasando. Y, por otro lado, si hay personas que, en un total pensamiento irracional, odian a los catalanes… ¿Cómo pueden cosificar a las personas? Es como decir que los españoles somos unos asesinos porque nuestro presidente, ese que por desgracia fue elegido en las urnas, nos metió en la guerra (mejor denominada invasión), de Irak.

Yo, como un pequeño ciudadano más, estoy a favor de la independencia. Pero, siempre y cuando se asiente en argumentos válidos, y no patrañas, memeces y argumentos infundados. Y, sinceramente, de los escuchados hasta ahora ninguno me parece medianamente coherente. Tampoco me sirve esa frase demagógica, que incluso llega a sonrojarme de: “no comprendo quienes defienden la independencia de Palestina o el Sahara, y no la de Catalunya”. Pues no, no es lo mismo. Son realidades distintas, con historias distintas y con una justificación coherente. 

Argumentarán, ahora, para desacreditar mis palabras que si soy españolista, nacionalista y otras vainas parecidas. A mí, que en la Eurocopa o el Mundial de Fútbol voy con Alemania, que mi equipo favorito es el Barça, que mi corazón está con Colombia, que no me identifico con la bandera que ondea en las plazas de nuestras ciudades, y que lucho, a capa y espada, con ese retrógrado y etnocéntrico nacionalismo español.

Pero, la nación de Catalunya es otro de esos inventitos que no me dejan indiferente. Quizás, haya que retrotraernos al Siglo XIX, en ese mismo momento en que se da el surgir del nacionalismo, para comprenderlo. Es el momento de introducir una nueva forma de segregación. Sí, han leído bien, segregación. Pues, a través de la racionalidad, comienzan a enfatizarse los rasgos diferenciadores de cada pueblo. Aparece, así, el concepto de Nación en sentido político que, estimulado en esta ocasión por el romanticismo alemán, conforma una identidad colectiva, basándose en una cultura, una lengua y una historia diferenciadas. Es decir, que se fomenta esa distinción entre “nosotros” y “ellos”.

No olvidemos que la aparición de este nuevo tipo de segregación, no es otra cosa que fomentar el etnocentrismo y, con ello, la xenofobia, que fundamentándose en la biología y basándose en los principios del colonialismo y el nacionalismo, dará paso a un creciente racismo. La retroalimentación del racismo, el colonialismo y el nacionalismo, no lo olvidemos, permitirá la aparición de los totalitarismos del Siglo XX. Y, cómo no, dando un paso más, la justificación del genocidio por parte del nacionalsocialismo.

Para llegar a esto es sencillo. Para el nacionalismo cada cultura es una configuración única. De esta manera, no se tienen en cuenta los elementos culturales afines o que incluso hayan contribuido a la creación de citada cultura. Así, como ya he señalado anteriormente, se sigue estimulando una visión dual: “nosotros” y “los otros”. ¿Les suena?

Otra pregunta me surge acá: ¿Quién se parece más en la gastronomía, tradiciones, vestimenta…? ¿Tres habitantes del Pirineo (navarro, aragonés y catalán) o un habitante del pirineo catalán, otro de Lérida y, finalmente, alguien de Cadaqués?

De esta manera, se afianza a los individuos en una identidad cultural que, interesadamente, se vende como fija e inmutable. Igualmente, lo que se consigue es reforzar las diferencias culturales de las diversas etnias, con lo que puede llevar a aumentar la intolerancia y el rechazo a los demás. Casualmente, lo que está ocurriendo en estos últimos días.

Ahora, la globalización económica, la desastrosa Unión Europea, la crisis (esa misma que nos chinga con la falacia de la necesaria austeridad), dificultan el mantenimiento del estado de Bienestar tal como lo concebimos en la actualidad (crecimiento económico, pleno empleo y redistribución de la riqueza social acumulada). Esto, como se viene observando ha hecho resurgir el nacionalismo. Y, claro, el nacionalismo es muy atractivo porque el hecho de pertenecer a una nación cultural, económica o políticamente fuerte da a la persona una agradable sensación de pertenencia, sin importar su propia contribución a su fuerza.

La manifestación del otro día, ha hecho que no sólo nacionalistas españoles, sino que otras personas que no creen en ningún tipo de nacionalismo, discutan en foros, periódicos y otros medios, a partir de argumentaciones históricas que considero, en estos momentos, poco van a cambiar la forma de pensar de quienes defienden una independencia. El nacionalismo también muta y, de aquel que derivaba de la teoría romántica de la "identidad cultural", ha pasado a ampararse en el argumento liberal de que la legitimidad política deriva del consenso de la población de una región. Cuando unos argumentos ya no son válidos, no hay nada mejor que ampararse en otros.

Pero, ya lo comenté en una ocasión: una población dirigida por maniobras e intereses políticos, engañada en su visión sesgada y cambiada de la historia, y manipulada a través de los medios de comunicación, no puede nunca elegir en libertad. Ejemplo claro lo encontramos en la novela de George Orwell, 1984, y su “Ministerio de La Verdad”, que se dedica a manipular o destruir los documentos históricos de todo tipo para conseguir que las evidencias del pasado coincidan con la versión oficial de la historia, mantenida por el Estado.

Espero que, al igual que me sucedió a mí con otras muchas lecturas, a quien haya leído este libro, le sirva para reflexionar sobre lo que está sucediendo en nuestros días. Y, si alguien no lo ha leído, que menos que recomendar desde acá su lectura, junto a la de la novela (para mí gusto aún más atrayente), Un mundo feliz de Aldous Huxley y/o Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

3 comentarios:

binguero dijo...

Bueno, tras unos días sin acceso a internet al fin puedo conectarme a la red de redes y ponerme al día. Interesante entrada, pequeñuelo. Un tema muy polémico por las encendidas reacciones que es capaz de suscitar, un asunto, a mi modo de ver trasnochado, caduco y vacío de sentido, como es el nacionalismo, y que ahora regresa con fuerza al aroma de esta pestilente crisis que siguen empeñados en vendernos.

Personalmente me produce una tristeza inenarrable ver algunas imágenes de la citada manifestación. Grupos de personas coreando determinados eslóganes, alguno de ellos muy poco acertado, y proclamando la españolidad de aquel que no bote. Padres acompañados de sus hijos, menores de edad, señoronas de la respetable burguesía catalana e incluso inmigrantes asentados en Cataluña, convencidos de que la inmensa mayoría de los españoles les detesta. Para empezar, mi abuela era de Badalona (Barcelona), mi bisabuelo de García de Ebro (Tarragona) ¡qué voy a tener yo en contra de los catalanes si parte de mis raíces son catalanas! Todo esto es de locos, y al mismo tiempo muy triste, porque uno no puede evitar pensar qué ha fallado, qué ha hecho que un número muy significativo de la sociedad catalana opine y actúe de esta manera.

Humildemente pienso que estamos sufriendo las consecuencias de una Constitución un tanto chapucera, una Carta Magna redactada con prisas y con miedos y que a día de hoy pide a gritos una profunda revisión. A esto hay que añadir que la sociedad catalana está siendo manipulada, el independentismo se ha alzado como una inmensa cortina de humo que oculta los grandes problemas de los catalanes, y fundamentalmente de su clase política. Pienso que la actitud de CIU es, con diferencia, la más nauseabunda, y lo es por aprovechar la coyuntura para convertirse en adalides de una iniciativa que ni siquiera aparece recogida en su programa electoral ¿O acaso la independencia estaba recogida en su programa electoral? Hace años que ni siquiera la contemplan como una opción viable, el propio Jordi Pujol así lo reconoció hace unos días; lo cual no le impidió, por cierto, estar en la cabecera de la marcha, como buen prócer de su patria. Creo que ante este asunto habría que hacer algo ya que se vulneran constantemente las normas del juego electoral y democrático, no hay más que ver las medidas de Rajoy, una retahíla de despropósitos que no aparecían en su programa, un panfleto en el que en más de una ocasión se prometía lo contrario de lo que luego se ha hecho ¿hay mayor engaño que ése?

Tienes más razón que un santo, y poco hay que añadir, cuando enumeras las manipulaciones históricas de las que ha echado mano el nacionalismo catalán; al igual que muchos otros nacionalismos, también podríamos hablar del RH vasco o de tantos otros disparates. A mí, una de las muletillas más deleznables de este nacionalismo excluyente y manipulador es aquella que tiende a compararse con otros territorios conocidos por sus reivindicaciones soberanistas. Comparar la situación de Cataluña o el País Vasco, con la del Sahara o con Palestina, no es sólo propio de alguien ignorante (para mí, casi un analfabeto funcional), sino que además retrata a la perfección los valores morales, éticos y humanos de quien se atreve a formular dicha comparación. Que el primer mundo, o mejor dicho, el primerísimo mundo (ambas comunidades son unas privilegiadas desde el punto de vista económico y social, e incluso el País Vasco es la región con mayor autonomía política de Europa) se compare con el tercero, con los verdaderos parias de todo este tinglado, con personas cuya vida no vale un céntimo de euro, seres humanos que carecen de lo más elemental para subsistir, me produce un tremendo cabreo y me llena de indignación y rabia.

binguero dijo...

Formulada mi postura, muchos podrían tacharme de anticatalanista o de españolista, pues bien, lamento decir que no juego en ninguna de esas dos ligas. Si bien en tiempos puede cobijar cierta simpatía hacia determinados movimientos independentistas, el tiempo ha acabado por quitarme la razón, para ello ha sido fundamental cierta ingesta cultural sin adulterar, algún que otro libro y unas buenas dosis de memoria histórica, mezclada, no agitada que diría el gran James Bond. El nacionalismo no se caracteriza por ser la solución a ningún problema, al contrario, su carácter excluyente es más una fuente de conflictos que un remedio. Tras conocer buena parte de la historia de Europa, y obviando las segregaciones de índole colonialista (más que justificadas), no tardamos en llegar a la conclusión de que esta doctrina ha fracasado, como tantas otras, y que lejos de unir fuerzas contribuye a restarlas. Es legítimo reclamar la autonomía o la independencia de un pueblo, la propia Declaración de los Derechos Humanos (que por cierto es suscrita por nuestra Constitución) así lo reconoce, pero hay que ser cauto y mostrar rigor histórico a la hora de formular estas reclamaciones. Pero sobre todo quiero dejar claro que no se puede utilizar el sufrimiento de otros pueblos en beneficio de determinadas posturas políticas; cuando hablamos de catástrofes humanitarias, vulneración de derechos humanos y de flagrante ilegalidad por parte de países invasores, no todo vale. A título personal, pienso que la verdadera independencia es aquella que te otorga el hecho de sentirte libre, aquella que no entiende de lazos de sangre ni de sentimientos atávicos relacionados con banderas ni con porciones de tierra; en este sentido pienso que el pueblo catalán está muy lejos de sentirse independiente, sobre todo mientras se encuentre en manos de unos políticos tan indecentes e indignos como los que tiene.


P.S.- Como se nota que ya no escribo en mi blog, ahora me dedico a dar la murga en las bitácoras ajenas; en fin, disculpe usted el rollo. Besos y abrazos

closada dijo...

¡Vaya qué bien! Como siempre es un placer leer al señor Binguero por acá.

Queda bastante claro que compartimos posturas y, ante su argumentación, poco puedo añadir más.

Gracias por pasar y dejar tus palabras en la mía bitácora. Tus "rollos" son siempre bienvenidos y aumentan con creces mis majaderas disertaciones.

Besicos

PS. Felicidades