lunes, 28 de mayo de 2012

De pitos y vainas...

La semana pasada, la esperada pitada al himno nacional durante la final de la Copa del Rey, así como las desafortunadas declaraciones de la señora Esperanza Aguirre, acapararon todos los medios de comunicación. Una vez más, la noticia chorrona de la semana era la comidilla de todas las tertulias, unas más incendiarias que otras, todo hay que decirlo. Pues bien, hoy va mi opinión al respecto posicionándome en situaciones bastante similares que pocas personas pondrían en entredicho. Mas, para evitar que la gente pueda crisparse, que algunos ojos puedan salirse de las órbitas o que se me tache de tal y cuál palo, he de decir que me importa un rábano que se pite o no al himno, que soy defensor de la libertad de expresión y que las palabras de Esperancita me parecen una estupidez como la copa de un pino.

Situación 1:

Estoy invitado a una boda. Yo no soy católico practicante. Es más, me inventé mi propia manera de pensar en todo este rollo y me hice politeísta. Es más, la Iglesia como institución me parece una grandísima maldición. No obstante, ni persigo, ni odio, ni me parece mal que la gente crea en lo que quiera. Las cosicas de la Fe, son inexpugnables... Pues bien, estoy invitado a una boda. Como sucede en estos menesteres, el cura empieza a dar el sermón. Reacción: a) Guardo respeto en silencio (y sin seguir los gestos extraños que se van realizando durante la misa, dícese cruces, levantarse y sentarse, santiguaciones...), aunque no comparta las palabras del sacerdote; b) Como sé que no me va a molar lo que escucho, decido no entrar y esperar a celebrar con mis compinches su boda más adelante; c) empiezo a abuchear al párroco. Obviamente, todas las personas que conozco (y supongo que aquellas que lean estas líneas), se decantan por la opción a) y b). Aún no he conocido a nadie que haya hecho la c).

Acá va lo que no comprendo. En la final estaría a) Guardo respeto en silencio (y sin levantarme ni hacer ningún gesto que aparente que estoy orgulloso y/o contento de escuchar el himno), aunque no lo comparta ni considere que me identifica; b) Como sé que no me va a molar lo que escucho, decido no entrar y esperar a que dé el pitido inicial el árbitro de la contienda para entrar en el estadio; c) empiezo a abuchear y a pitar como si me fuese la vida en ello. ¿Por qué, entonces, acá, tantísima gente defiende la posición c)?

- "Sí. Pero, es que no se dice nada de abuchear, silbar o insultar al árbitro".

... De repente, en la misa, el cura, no se sabe porqué, comienza a eructar, echarse pedos y decir alguna cosa ofensiva contra quienes se están casando. Reacción: a) Quedas atónito, perplejo, sorprendido, indignado, pero no insultas ni abucheas (con opción de cagarte en todo); b) insultas, abucheas e incluso lanzas el mechero al cura por pendejo. Obviamente, las dos opciones podrían salir empatadas tranquilamente.

Cambiemos al cura por el árbitro y todo tiene sentido. El árbitro pita un penalti con el que no estoy de acuerdo, expulsa a menganito, considero que se equivoca en algunas decisiones... a) Quedas atónito, perplejo, sorprendido, indignado, pero no insultas ni abucheas (con opción de cagarte en todo); b) insultas, abucheas e incluso lanzas el mechero (como por desgracia ocurre en algunos campos), al árbitro por pendejo.

- "Ya. Pero, por ejemplo, a Zapatero se le abucheó en el desfile, y eso no lo criticas pero lo del himon sí... y que patatín, y que patatán..."

Situación 2:

Estoy en la calle, que es un espacio público (y no cerrado como un campo de fútbol o una iglesia), y se monta un concierto, un desfile de las fuerzas armadas o cualquier otra vaina por el estilo. Al ser un espacio público y ocuparse la calle para realizar un acto con el que estoy en desacuerdo... a) Paso de largo sin hacer nada o ni siquiera me acerco al lugar; b) abucheo, silbo y muestro mi descontento. De nuevo, las dos opciones podrían salir bastante igualadas.

Recordemos que el estadio de fútbol es un edificio cerrado, al que se decide ir por voluntad propia, y no una invasión del espacio público para un acto que no has elegido que se realice.

- "Y que me dices de ir al Congreso, o a un mitín, o a hacer algún acto de protesta en la calle"

Situación 3:

Me la chinga bien chingada una decisión política, que se maltrate a la marmota Phil, que venga de visita el santo pontífice o que se prohíba el paso en la frontera atmosférica a una nueva especie alienígena. Reacción: a) Soy un pasota, me la suda todo y pienso que las cosas no van conmigo; b) Me cabreo, hago mala sangre y mis conversaciones giran en torno a ese suceso día sí, día también; c) decido movilizarme y realizar alguna acción para dejar claro mi desacuerdo. Una vez más, las tres opciones podrían quedar bastante equiparadas.

- "Y entonces... ¿Qué diferencia hay?"

El objetivo. Sí, es sencillo, el objetivo con que se acude a un evento.

- "Claro, pero puede haber dos objetivos"

Sí, por supuesto que puede haber dos objetivos; pero, entonces, hay que ser coherente con los dos objetivos siempre, y no cuándo, por ciertos intereses, me dé la real gana. Por ejemplo, en lugar de festejar el triunfo y la entrega de la copa y las medallas por el representante de la Institución que anteriormente has abucheado, debieras volver a silbar y abuchear en ese momento... Y, además, en el caso de la boda, no has elegido la opción c).

- " Pero es que no es lo mismo. Y, además, en ese momento estás eufórico y hay que celebrarlo... ¡Joder, ha ganado tu equipo!"

Ya, claro. Es lo que tiene, que así va el Mundo...

1 comentario:

binguero dijo...

Estoy de acuerdo contigo, has hecho una reflexión bastante acertada y razonada. Personalmente pienso que politizar un evento lúdico o deportivo es una soberana majadería, aparte de un acto de una mezquindad absoluta. Me produjo vergüenza ver a los representantes de algunos partidos nacionalistas, vascos, catalanes y gallegos (estos qué pintaban, si ni siquiera había un equipo gallego en la final...) hacer un comunicado conjunto en el que reclamaban una selección de fútbol propia que les identificase como nación, y en el que incitaban a las aborregadas masas a pitar y mostrar su descontento ante un himno, una bandera y una institución, la monárquica en este caso, que no reconocen. Insisto, hacer de una fiesta deportiva un acto de apología política es nauseabundo.

Reconozco que, a pesar de abominar de todo nacionalismo, comparto algunos puntos con estas masas de penitentes silbadores, y es que a mí tambiñen me cuesta reconocer como propios todos estos símbolos, sean del color que sean y suenen como suenen, a marcha real o a Paquito el Chocolatero. Pero ante todo debe primar el respeto, y si hay gente que, pacífica y ponderadamente, disfruta con este tipo de imágenes y emblemas, no entiendo dónde reside el problema. Si varios partidos nacionales se movilizasen y acordasen un comunicado conjunto para silbar y abuchear en fechas como la Diada, el Aberri Eguna o el Día da Patria Galega, se monataría un escándalo sin precedentes, y con razón. Por lo que respecta a Esperancita, qué quieres que te diga, pues que esta señora se retrata cada vez que abre la boca, y se muestra como lo que es: una neoliberal ultraconservadora; vamos, lo que toda la vida de Dios se ha llamado una facha de cojones. Manda huevos que haga esas declaraciones la Presidenta de una Comunidad, cuyo Delegado de Gobierno ha permitido la manifestación de miembros de Falange y otros grupúsculos de reconocido carácter fascista y ultraderechista, instantes antes de la final. A estas alturas del siglo XXI y seguimos sin entender qué es eso de la libertad de expresión; lamentable.

En cuanto a Zapatero, a algunos no les vendría mal recordar que aquellos que silbaron al expresidente el día de las Fuerzas Armadas (creo recordar que fue con motivo de esa cita) silbaban también a los símbolos que tan acérrimamente defienden, y que se hallaban ahí presentes, la bandera y el himno nacional. Quienes silbaban lo hacían alentados por aquellos que hoy se rasgan las vestiduras ante lo que consideran un ultraje a la patria. Si no fuera verdad, si no fuera nuestro viejo y destartalado país, si no fueran nuestros legítimos representantes, haría hasta gracia, pero como no lo son lo único que provoca es una vergüenza terrible, aquella de la que ellos carecen. Dicho todo esto, perdona que haya utilizado tu entrada para desahogarme, pero es que hay determinados temas que me tocan especialmente la moral, y éste es uno de ellos. Es triste comprobar cómo sigue habiendo gente que no entiende que la pluralidad es riqueza, que la diversidad es un patrimonio incalculable; y estos cafres viven en cualquier punto de España, sí, y en Cataluña, Euskadi y Galicia también. Por cierto, de todos los supuestos señalados, el que más me gustaría presenciar es el de un cura pitando un penalti. Hablamos para el concierto del domingo, cuídate. Besos y abrazos.