Santa Eulalia - Casa de la estación de Mora de Rubielos (Albentosa)
Amanecimos con las ruedas de nuevo desinfladas. Volvimos a revisar las cubiertas (aún quedaban pinchos) y cambiamos las cámaras. Era un pequeño percance que iba a retrasar nuestra hora de salida. La intención era salir pronto para poder detenernos en Teruel, hacernos ya con los billetes de tren de regreso y comprar más cámaras. Sólo nos quedaba una más sin estrenar y era un poco arriesgado en el caso de nuevos posibles pinchazos.
Dos kilómetros y medio hasta Santa Eulalia nos llevó a decidir no continuar recto hasta la estación de inicio de la Vía Verde (aproximadamente a otros dos kilómetros y medio), sino tomar la carretera Cella (TE-V-9029), hasta el punto en que queda a apenas un metro de la Vía Verde (unos 5 kilómetros desde Santa Eulalia). Allí, por fin, nos invadía la alegría de tomar la Vía Verde, aunque con la desgracia de tener, un día más, el viento en contra.
Estación de Cella
Nuestra primera parada para reponer un poquitico de fuerzas fue en la estación de Cella (15 km desde el inicio de nuestra etapa), sita a 3,5 kilómetros de la localidad. Unos minibocadillitos, barritas de cereales y fruta para tomar las energías suficientes para acercarnos hasta Teruel. Al llegar a la estación (32 km del punto de partida), desistimos de acercarnos a la ciudad. Los 6 kilómetros de ida y otros 6 de vuelta, más el tiempo comprando los billetes y las cámaras, nos llevaría cerca de dos horas, un tiempo que no nos podíamos permitir perder si queríamos avanzar lo suficiente para terminar la travesía en los tres días previstos.
Cercanías de Teruel
La parada para comer fue en Valdecebro, después de que fuese yo quien pinchara. Llevábamos ya 40 kilómetros, no había atisbo de ningún pueblo cercano y, además, ya no teníamos apenas agua. Este es uno de los puntos a tener en cuenta en esta etapa de la Vía Verde: la ausencia de fuentes en prácticamente todo su trayecto, ya que transcurre sin entrar en los pueblos. A esas horas y en un pueblo así de pequeño, no había nada abierto (ni el bar), ni sitio donde comprar pan. Así que nos tuvimos que apañar con bocadillitos ínfimos, bocabits que llevábamos encima y más barritas de cereales. Mal plan teníamos en ese momento. Eso sí, afortunadamente, un amable señor nos dejó un pozal con agua para poder reparar la cámara dañada, que era la única de recambio que nos quedaría hasta Sagunto.
Allí, decidimos buscar ya un sitio donde pernoctar. Sari hizo unas cuantas llamadas y, finalmente, tras hablar con Carlos, nos decidimos por la Casa de la Estación de Mora de Rubielos (lugar donde ya nos alojamos en Abril de este mismo año, cuando ascendimos Peñarroya), todavía a 40 kilómetros de donde estábamos y con un ascenso de 11 kilómetros todavía hasta la Estación del puerto de Escandón. La verdad es que no las teníamos todas con nosotros. Sin apenas haber comido, la hora que era y la amenaza de lluvia, eran condicionantes que no animaban mucho. Pero, teníamos tan cerca el poder llegar a Sagunto al día siguiente… Carlos, que estaba en Teruel en ese momento, se nos uniría en algún punto de la Vía Verde. De esta manera, nos acompañaría y nos abriría esa maravillosa casa de Turismo Rural donde todos y cada uno de los seres que allá habitan son encantadores.
Puerto Escandón
Continuamos el ascenso hasta Puerto Escandón sabiendo que, por fin, comenzaríamos a bajar y aceleraríamos la marcha. Aún nos quedaban 30 kilómetros, así que teníamos la esperanza de aligerar nuestro pedaleo para no llegar muy tarde a nuestro destino. Iniciamos el descenso y, en apenas media hora, ya habíamos recorrido los 10 kilómetros que nos separaban de nuestro punto de encuentro con Carlos: Habíamos quedado en la Fonda de la Estación de Puebla de Valverde. ¡Bien! La cosa prometía.
Desde ese momento, Carlos estableció el ritmo, lo que, sin duda, nos dio alas. En una hora y cinco minutos, recorrimos los 20 kilómetros restantes. Habíamos conseguido llegar antes de las 18:30 y apenas había llovido. Estábamos contentos, no sólo de haberlo conseguido, sino de poder alojarnos en tan extraordinario enclave. Enseguida, Chuky, Teo y Ginna (a la que no conocíamos), nos recibieron juguetones y Carlos nos ofreció unas deliciosas uvas que colgaban de la parra.
La Casa de la Estación
El deseado descanso, la duchita y a cenar. Doble ración de sopa de cocido y, de segundo, un plato que, sólo de pensarlo, ya entra solo: huevos trufados sobre una base de patata, morcilla y jamón. Seguidamente, y antes de ir a dormitar, la interesante conversación de la sobremesa que, como era de esperar, se alargó más de la cuenta. Ya, marchamos a las camitas, sabedores de que alojarnos allá había sido la mejor elección. La amabilidad de Carlos y Merche (que en esta ocasión no estaba), lo acogedor y lo familiar del lugar, la vitalidad de los perros (que no paran de juguetear), las deliciosas cenas, la tranquilidad del entorno... hacen de La Casa de la Estación un alojamiento difícil de olvidar.
Perfil de la etapa
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