Casa de la Estación de Mora de Rubielos (Albentosa) - Sagunto
Amanecimos temprano, aunque no tanto como los dos días anteriores. Desayunamos copiosamente y, como era de esperar, se nos alargó en demasía la salida hacia Sagunto. Es lo que tiene estar a gusto conversando… Carlos nos preparó unos bocadillos y nos aseguró que, si le daba tiempo a dejar todo preparado, nos cogería de camino a Sagunto. Así que, nos despedimos de Chucky, Teo y Ginna y comenzamos a pedalear.
Imagen extraída de Vía Verde Ojos Negros
El recorrido comenzaba en un falso llano que discurre ascendente hasta la Estación de Barracas para, a continuación, tras el Llano de Barracas (una recta llanísima), alcanzar la cota máxima en el Puerto del Ragudo (25 kilómetros aproximadamente), en las cercanías de la Casilla del Militar. Es en este punto donde comienza un frenético y divertido descenso hasta un poquito más allá de la Estación de Jérica (unos 50 kilómetros). Pero antes de llegar allá, y después de dejar atrás la Estación abandonada de Bejís-Torás, nos encontramos con el Mirador del Ragudo, sitio donde aprovechamos para reponer energías mientras, conversamos con Carlos para saber dónde estaba (descendería por otro camino y ya nos cogería), y disfrutamos de las vistas que ofrece: las Sierras Calderona (al fondo) y la de Espadán (a la izquierda), el llano de Viver y, en pequeñito, la Iglesia y Castillo de Jérica.
Mirador del Ragudo
Será en la localidad de Jérica donde paramos a comprar un poco de pan y, ya de paso, unas ensaimadas rellenas de chocolate para el postre de la comida. Fue, al comenzar un pequeño ascenso donde Marti notó las primeras molestias en su rodilla que, poco a poco, se fueron acentuando más, hasta el punto de convertirse en un molestísimo dolor. De nuevo, y ya que dejábamos de descender para llanear durante unos kilómetros, llegaba la duda de plantearnos alargar un día más nuestra travesía.
A los 60 kilómetros, llegamos a Altura, sitio elegido para comer. Nos sentamos en la plaza y, al comenzar a desenvolver los bocadillos, apareció Carlos. ¡Por fin nos alcanzaba! Desde ese momento, se nos uniría, en un principio, hasta Sagunto. Dependería de nuestra velocidad, puesto que él tenía que coger el tren de las 18:00 horas. La verdad es que no íbamos nada mal de tiempo… Un ibuprofeno y un “vendaje” casero en la rodilla de Marti para sujetar los ligamentos, a base de cinta aislante verde, nos daban la esperanza de que apaciguase el dolor y llegásemos hasta nuestro destino final.
Afortunadamente, tocaba volver a descender y la rodilla de Marti no presentaba tanto problema. Sin embargo, nuestro ritmo no era lo suficientemente rápido para asegurar la llegada de Carlos a la estación de Sagunto a la hora esperada. Así que, poco antes de Alfara de la Baronia, decidió adelantarse y esperarnos allá con unas cervecitas en la terracita del bar.
Final de la Vía Verde en Torres Torres
Llegamos al final de la Vía Verde en la Estación de Torres-Torres (kilómetro 82 aproximadamente) y, a partir de acá, el trayecto se volvió complejo de seguir. A pesar de estar señalizado (no muy bien, por cierto), no sigue para nada la antigua vía del ferrocarril y comienza un sinfín de subidas y bajadas, circunvalaciones varias, e interminables rodeos, para ir sorteando la A-23. Un total de 18 kilómetros que se hacen infernales después de llevar todo el día encima de la bici y con ganas de llegar. Por esta razón, mucha gente recomienda realizar estos kilómetros por la N-234a.
Estación de Sagunto
Alcanzamos nuestra meta justo a las 18:00 horas, el momento exacto en que veíamos como arrancaba el tren en el que Carlos regresaba a su casa rural. Tristes por no haber podido saborear el deseado refrigerio con su compañía, miramos hacia el tren y alzamos nuestras manos en señal de despedida por si la casualidad hacía que estuviera mirando por la ventana.
Entramos en la estación y compramos nuestros billetes y el plus por subir las bicicletas sin desmontar. En el tren, sólo se pueden subir tres bicicletas, así que es recomendable hacer la compra con antelación para asegurarse de no tener que desmontarlas e introducirlas en sus respectivas bolsas de viaje.
Sólo quedaba buscar alojamiento, teniendo en cuenta que la rodilla de marta seguía dando mal. La diosa de la Fortuna se puso de nuestra parte. Un hombre que estaba en la terraza nos dio una tarjeta del lugar donde se había alojado: Hostal Carlos, a tan solo 50 metros de donde nos encontrábamos. Fuimos allá y terminamos de convencernos. Las bicis quedarían a resguardo en su garaje, con lo que ya no tendríamos que preocuparnos ni por dónde iban a dormir ellas. Había sido una suerte.
Como suerte fue el tiempo que nos hizo. Al día siguiente, a la playa con chapuzón incluido. Mas, esa ya es otra historia, de deleite, disfrute, risas, diversión y relajo total…
Perfil de la etapa
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