Imagen extraída de: http://www.erllano.org/
Acabo de leerme La catástrofe perfecta, de Ignacio Ramonet. Allá, a parte de numerosas apreciaciones que desmoralizan sobre el devenir del mundo en que vivimos, aparece un dato que me ha hecho reflexionar un buen rato. Se hace eco de un informe publicado por la OIT que denunciaba que, en el mundo (allá por el 2002), había “270 millones de trabajadores víctimas de accidentes laborales y 160 millones contraían enfermedades profesionales. El número de trabajadores que mueren por año en el ejercicio de su oficio superó los dos millones… Cada día, por tanto, el trabajo mata a 5.000 personas”.
Se podría argumentar que, en estas cifras, entran todas las personas que trabajan en la Tierra, muchas de ellas ajenas al denominado Mundo desarrollado. Pero, no olvidemos que de éstas, un elevado número trabaja para las grandes firmas globales que “producen donde la mano de obra es barata y venden donde el nivel de vida es más elevado”. Es decir, trabajan para empresas de aquello que se denomina Occidente, nuestro Mundo, el que se define como defensor a ultranza de los Derechos Humanos.
Bien es sabido que no me gusta la demagogia; pero, tampoco me satisface tener que soportar ese doble rasero con que nos dedicamos a criticar ciertas cosas y muchas otras no. Cuando aparecen noticias sobre algunas tradiciones que atentan contra los Derechos Humanos, ponemos el grito en el cielo. Y, en seguida, aparecen multitud de comentarios xenófobos esputados desde la más reprobable visceral visión etnocentrista del Mundo. Esto no quiere decir que no debamos criticar estas acciones; no obstante, hagámoslo sin caer en la cosificación de toda una etnia, sociedad o, incluso, continente o religión. Condenemos la conducta y no a la cultura en general, pues está compuesta de multitud de individuos que, incluso, luchan contra esa tradición.
Pero, vayamos más allá. Tomemos los datos de Francia de 2002 que aparecen en citado libro, con lo que nos quedamos en un país de lo que ya hemos denominado como Mundo desarrollado. “Según la Caja Nacional de Seguridad en Salud, cada año el trabajo mata a alrededor de 780 trabajadores (¡más de dos por día!). Y hay alrededor de 1,35 millones de accidentes laborales, lo cual corresponde a (casi) 3.700 víctimas por día, es decir, (casi) ocho heridos por minuto en una jornada de ocho horas…”
España no se queda atrás. Si nos vamos a datos del año 2007 nos encontramos con estas escalofriantes cifras: “Entre enero y mayo de este año han perdido la vida en accidente laboral en España 460 personas, de las que 336 lo hicieron en su puesto y 124 "in itínere" (en el camino al trabajo o viceversa), según el Boletín de Estadísticas Laborales del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. En total, en los cinco primeros meses del año ha habido 732.642 accidentes. De ellos, 411.477 requirieron baja (1). Multipliquen esta cifra por dos y pico, y verán los números aproximados que saldrían para todo un año… ¡4.726 víctimas por día! Es decir casi 10 heridos por minuto en una jornada de ocho horas ¡Tremendo!
(1) Datos extraídos de http://www.elpais.com/articulo/economia/Desciende/numero/accidentes/laborales/Espana/elpepueco/20070726elpepueco_9/Tes
¿No son éstas cifras que ponen los pelos de punta? Ésta no es más que otra de las consecuencias que trae consigo este sistema productivo basado en la aplicación de esas políticas neoliberales que tan ricamente se defienden desde ciertos ámbitos y que, interesadamente, nos siguen llevando al equívoco de que desarrollo es sinónimo de crecimiento. Sigamos creciendo, entonces, sin preguntarnos para qué y, mientras, dejemos que, según datos más actualizados del INE, los de 2007 (que estarán por debajo de la realidad –no hay más que ver el dato de España y compararlo con los datos anteriormente mencionados-), sigamos teniendo cerca de dos muertes al día en el lugar de trabajo: España (572), Francia (584), Alemania (682), Italia (847).
Vaya, parece ser que esto no es una vulneración de los Derechos de la ciudadanía. No, mis cuates, esto es lo que llaman desarrollo…
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