El Martes tuve la suerte de presenciar el concierto de Kid Congo and The Pink Monkey Birds en el Wah Wah Club. A pesar de que, en la entrada marcaba a las 22.00 horas, no empezaría hasta las 23.00, algo ya previsible y que debe de ser la tónica en estos lares... Es algo que habrá que averiguar.
Pedí una cerveza y me situé cerca del escenario, esperando con ganas que saliera la banda. A los pocos minutos, subieron al escenario y empezaron a tocar. Supe, entonces, que este concierto sería como una bomba de relojería. Un preciso mecanismo que, en algún momento de la noche, va a estallar cuya onda expansiva alcanzará a absolutamente toda la sala sin ningún tipo de concesión.
Así fue. Comenzaron con los sonidos más fantasmales, más cercanos a la psicodelia, envolviendo al personal en un ambiente que atrapa y que, sin lugar a dudas, está con ganas de recibir más. Poco a poco, el sonido más garagero, más rockero, alimentado de esa mágica densidad del fuzz, fue invadiendo la sala, hasta alcanzar ese ritmo frenético que lleva al personal a entrar, incluso sin quererlo, en el baile de San Vito. Allá, había explotado la bomba y no había manera de parar sus perniciosos efectos de júbilo y desenfreno bailongo.
Sólo la despedida, pareció volvernos a la realidad. Mas, poco tardaron en volver al escenario y ofrecernos los bises, amplificando, todavía más si es que se puede, el impacto sonoro que estábamos recibiendo a través de una nueva arma que guardaban en la recámara: un LSDC de potencia abrumadora que parecía cerrar el concierto. Afortunadamente, volvieron a salir y nos ofrecieron otros dos temas que, sin embargo, aún dejaron con ganas de más...
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